Guía
didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.
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- LOS MISTERIOS DEL ROSARIO
1-EL
ROSARIO.
El Rosario que la Virgen nos entrega es camino de oración vocal, mental
y contemplativa. Libro abierto donde contemplamos a María totalmente
entregada a la obra redentora de su Hijo. Es también, el compañero
inseparable en nuestra peregrinación terrena y a la hora de la muerte.
2-LOS
MISTERIOS DEL ROSARIO.
Los misterios del Rosario son como un “Evangelio abreviado” que
fácilmente podemos retener en la memoria. Recorren la vida de Cristo que
recordamos “con consideración”, meditamos o contemplamos con los
sentimientos del Corazón de María. Son los misterios gozosos, luminosos,
dolorosos y gloriosos.
2.1- Los Misterios gozosos.
Los misterios gozosos se refieren a la infancia de Jesús. Su
contemplación nos introduce en el interior del corazón de la Virgen
María. Llamada ser Madre de Dios, es privilegiada y excepcionalmente
redimida y llena de gracia. Se entrega sin condiciones. Hace donación
total de todo su ser. Es Madre y Virgen por obra del Espíritu Santo.
Desbordando el misterio de Dios hecho hombre, sale al encuentro de su
parienta Isabel como peregrina de la caridad.
Llegada la plenitud de los tiempos, María da a luz por obra del Espíritu
Santo. Comienza la presencia histórica del Redentor, suprema expresión
del amor del Padre para que todos los hombres se salven (Cf. Jo.3, 16).
Fiel a la Ley, acude al templo de Jerusalén donde recibe el anuncio del
precio de dolor que ha de pagar como Madre y Corredentora. En silencio
reverencial acoge la respuesta del Hijo que permanece tres días en el
templo porque ha de dedicarse a las cosas del Padre.
2.2-
Misterios luminosos.
Los misterios luminosos nos introducen en la vida pública de Jesús. Con
María, contemplamos espiritualmente el bautismo de Jesús, los cielos
abiertos. Oímos la voz del Padre y vemos al Espíritu Santo sobre
Jesucristo. Se inaugura el Nuevo Testamento. Cristo es confirmado en su
misión por el Padre.
Con María participamos en la boda de Caná. La Madre intercede ante el
Hijo y Cristo realiza su primer milagro. María nos interpela: Haced lo
que Él os diga. Es una invitación a abrir el corazón a la predicación de
Cristo que nos habla del Reino y nos invita a la conversión. María nos
pide que nos dejemos inundar por la luz de la Transfiguración, gracia de
Dios en nuestras almas, y nos atrae irresistiblemente a la Eucaristía
Sacrificio, Comunión y Tabernáculo.
2.3-
Misterios dolorosos.
La Virgen María nos ayuda a penetrar el sentido de la Pasión y Muerte de
Cristo en los misterios dolorosos. Acompañamos a Cristo en la oración
del huerto que nos enseña la necesidad que tenemos de tiempos
suficientemente largos de oración que darán sentido a nuestra vida y
misión como bautizados. Contemplamos la agonía de Getsemaní en comunión
con la humillación extrema de Jesús. Lo reconocemos como Rey universal
en la paradoja de la coronación de espinas. Permanecemos junto a la Cruz
con María: Ella nos acoge como hijos y nosotros la acogemos como Madre.
Permanecemos adorando a Cristo muerto por nosotros en silenció,
acompañando a su Madre.
2.4-
Misterios gloriosos.
La contemplación de los misterios gloriosos en el secreto del corazón de
la Virgen nos convierte en testigos de la gran alegría: Cristo ha
resucitado, triunfador sobre el pecado y la muerte, sube a los cielos y
allí nos prepara un lugar (Cf. Jo. 14,2), nos envía su Espíritu para que
nos santifique y conduzca la Iglesia a la plenitud, glorifica a su Madre
que, en cuerpo y alma, nos precede en el cielo como miembro destacado de
la Iglesia y es coronada como Reina.
Los misterios gloriosos del Rosario nos estimulan a ser sembradores de
esperanza y alegría, dando testimonio de la Resurrección de Cristo
imitando a María Magdalena. Caminamos mirando al cielo donde está Cristo
nuestra Cabeza, animados por la fuerza del Espíritu Santo. La Virgen del
Rosario, asunta al cielo en cuerpo y alma, intercede por nosotros que
somos sus hijos.
CONCLUSIÓN.
Llevamos el Rosario en el corazón como recuerdo amoroso de la vida de
Cristo. En los labios, recitando litánicamente las avemarías. Y en las
manos, como defensa ante el mal. Renovamos nuestra consagración a la
Virgen del Rosario: somos totalmente de la Virgen María como la mejor
manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia.
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