Domingo 10º del Tiempo Ordinario

- CICLO C -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 



 

DÉCIMO DOMINGO – CICLO C
                 
 

         La meditación de los misterios del Rosario nos va penetrando del sentido de la vida verdadera que es Cristo y nos estimula a vivir en Él, superando toda situación de pecado por la conversión y la gracia.

 

PRIMERA LECTURA. 1ª Re. 17, 17-24.

Elías proclama e amor de Dios.

         Elías se hospeda en la casa de una señora. El hijo de ésta cae enfermo y muere. La mujer echa en cara a Elías su presencia en la casa e interpreta la muerte de su hijo como un castigo.

         Elías proclama el amor y la misericordia divina con los hechos. Toma al niño, ora sobre él y lo resucita. Lo devuelve sano y salvo a la madre. La mujer cree en la bondad de Dios: “Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.

La oración de Elías.

         Elías es un servidor  y un instrumento del Señor. Ora con oración de súplica porque no puede nada por sí mismo. Ora confiadamente y el Señor responde resucitando al niño.

         Nuestra oración ha de ser constante, humilde y confiada. El Señor siempre nos escucha y nos concede lo que más conviene para nuestra salvación.

Invocación mariana.

         Virgen del Rosario: Tú eres la gran intercesora ante tu Hijo. Te presentamos nuestra oración, repetida cincuenta veces, al menos, cada día: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte” Líbranos del pecado. Alcánzanos la salvación.

 

SEGUNDA LECTURA. Gal. 1, 11-19.

San Pablo, servidor de Cristo.

         San Pablo narra su conversión para respaldar la misión que le ha sido confiada. Cristo lo ha llamado directa y milagrosamente. Recibe la gracia de la conversión y es elegido para ser apóstol de los gentiles. San Pablo es una obra grandiosa del amor y la misericordia de Dios.

         Pablo, tan enemigo de los cristianos,  recibe el don de la fe y de un amor “apasionante y apasionado” a Cristo. Se entrega totalmente a predicar el Evangelio a los gentiles. Es el servidor valiente de Cristo hasta el martirio. 

Invocación mariana.

         Señora del Rosario: Tú que estás privilegiadamente arraigada en Cristo, enséñanos a vivir en Cristo, en comunión con Él, para que nuestro apostolado sea fructífero, siguiendo el ejemplo de San Pablo.

 

TERCERA LECTURA.  Lc. 7, 11-17

Jesucristo es Dios.

         Los milagros de Jesucristo son prueba de su divinidad. Actúa y ora en nombre propio porque es Dios que desborda amor y misericordia.
 


 

         Por eso, cuando contempla que llevan a enterrar al hijo único de la viuda de Naín, siente compasión, “le dio lástima” diciendo a la madre: “No llores”. Se acerca al ataúd y dice en tono imperativo: “¡Muchacho a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar” Jesucristo es Dios porque tiene poder sobre la vida y la muerte.

         Este hecho marca la diferencia con el Antiguo Testamento. Elías actúa en nombre del Señor. Es el servidor que ora y suplica. Jesucristo actúa en nombre propio porque es Dios.

         Nosotros, siervos del Señor, oramos intensamente para que se digne concedernos la salvación del alma y nos libre de los males del cuerpo.

Invocación mariana.

         Santa María, Medianera universal de todas las gracias, eres nuestra Madre. Sabemos que no te cansas de interceder por nosotros para que “que seamos dignos de alcanzar y gozar de las promesas de Nuestro Señor Jesucristo”

        





 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.