CUARESMA - Cuarto Domingo

- CICLO C -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.


 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.
 



 

CUARTO DOMINGO – CICLO C

          

La contemplación de la vida de Cristo en el Rosario nos ayuda a conocer el amor que Dios nos tiene: nos perdona como un padre perdona y abraza a su hijo, nos reconcilia para siempre por medio de Jesucristo y nos conduce al Cielo, nuestra patria definitiva.

 

PRIMERA LECTURA. Josué 5, 9ª. 10-12.

La tierra prometida.

Dios ama a su pueblo. Por amor lo ha liberado de la esclavitud de Egipto, lo ha conducido por el desierto y lo ha ayudado a superar las dificultades del camino durante cuarenta años hasta alcanzar la tierra prometida y gozar de paz y bienestar.
 

El simbolismo de la tierra prometida.

La tierra prometida simboliza la promesa del cielo, la patria definitiva para nosotros.

Somos peregrinos por el desierto de este mundo. Hemos de recorrer un camino duro y difícil. Dios nos guía y nos acompaña. Nos ofrece el maná nuevo como alimento y fortaleza. Es el cuerpo y la sangre de Cristo: alimento y bebida del camino. Es la Eucaristía. Por eso, la Cuaresma es una llamada a renovarnos centrados en la Eucaristía Sacrificio, Comunión, Tabernáculo. No podemos caminar sin la Eucaristía.
 


 

Invocación mariana.

Santa María, Virgen peregrina, que recorriste el camino del desierto con singular fidelidad a la gracia, hasta alcanzar privilegiadamente el Cielo en cuerpo y alma. Enséñanos a recorrer el camino del desierto, fieles a la gracia, centrados en la Eucaristía, hasta alcanzar la patria definitiva. Santa María: ayúdanos a recorrer el camino de la salvación.

 

SEGUNDA LECTURA. Segunda Corintios 5, 17-21.

Somos de Cristo.

El amor de Dios, en Cristo, ha triunfado sobre nosotros. Cristo nos reconcilia con el Padre. Nos perdona el pecado sin pedir explicaciones. Sencillamente, muere por amor a nosotros en la Cruz.

Somos de Cristo por título de conquista. Su amor triunfa sobre la muerte y el pecado. El que es de Cristo es una creatura nueva.

La Cuaresma nos invita a retomar nuestra condición de criatura nueva por medio del Sacramento de la Reconciliación. Vayamos al tribunal de la Penitencia para recuperar la gracia santificante y experimentar el abrazo de Dios Padre que nos perdona sin condiciones.
 

Seamos testigos de Cristo.

Si Cristo nos ha reconciliado con el Padre, nosotros tenemos que ser instrumentos de reconciliación. Se comprende el grito de San Pablo: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.

Somos instrumentos de reconciliación cuando pedimos por la conversión de los pecadores, por el cese de las guerras, de las injusticias, de los odios… Nosotros también hemos de ser instrumentos de reconciliación con nuestras obras de amor, de paz, de perdón… y se cumplirá la palabra del Apóstol: Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.
 

Invocación mariana.

Madre de la Reconciliación porque lo humano se reconcilió con la divino al calor de tu corazón por obra del Espíritu Santo, según el designio del Padre. Que, en esta Cuaresma, nos reconciliemos con Dios, con la Iglesia y con nuestro prójimo.

 

TERCERA LECTURA. San Lucas, 15, 1-3. 11-32.

Dios busca al pecador.

Dios es el Padre bueno que persigue al pecador hasta darle alcance con su amor. Dios se alegra y celebra el reencuentro.

Es la historia del pecador, el hijo pródigo, que abandona el hogar paterno con su herencia, que se engolfa en el pecado malgastando sus bienes, que pasa hambre, que experimenta la lejanía del hogar paterno, el vacío de Dios.

Es el pecador que necesita volver a Dios, reencontrarse son su amor, con su misericordia, con su perdón y decide volver al padre. Dios –el padre- le espera con los brazos abiertos: lo abraza, le viste con una túnica nueva, le calza con las sandalias, le pone un anillo y organiza un banquete en honor del hijo que se había perdido y ha sido hallado, que ha muerto y ha resucitado. El pecador ha sido perdonado y ha encontrado la salvación.
 


 

Nuestra actitud.

Nosotros, a su vez, necesitamos tener un corazón bueno, misericordioso, caritativo, perdonador con los demás a ejemplo de nuestro Padre Dios. Es lo que el padre de la parábola pide al hermano mayor: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.
 

Invocación mariana.

Madre de Dios y Madre nuestra: Tú nos comprendes, nos perdonas y nos abrazas maternalmente. Condúcenos a nuestro Padre Dios para que nos perdones y danos sentimientos de perdón para nuestros hermanos.

         




 

 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.