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MEDITACIÓN
LA
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y
LA
PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Malaq. 3, 1-4
Hebr. 2, 14-18
Lc. 2, 22-40
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y
PURIFICACIÓN DE MARÍA -
Meditación 1ª
Cristo
sale a nuestro encuentro entre los brazos de María. Se cumple la
profecía de Malaquías: el Señor, a quien buscamos porque lo necesitamos,
entra en el templo. Es el "mensajero" del Padre que reabre los caminos
de la salvación; el "mensajero" de la alianza definitiva en la sangre,
portador de la paz y de la reconciliación.
"¿Quién
es ese Rey de la gloria? Es el Señor, Dios de los Ejércitos: él es el
Rey de la gloria" (Sa.23). Es el Enviado en la sangre que redime y en el
fuego que purifica como el fundidor de la plata y del oro. Es nuestro
Redentor. Es "Dios con nosotros".
¡Abríos totalmente a Cristo, a su
Evangelio, a su Iglesia! ¡Dejadlo entrar en vuestros corazones.
Lo
dejáis entrar cuando removéis el pecado en el sacramento de la
Reconciliación, cuando participáis en la Eucaristía, cuando hacéis
oración, cuando practicáis las virtudes cristianas, cuando dais
testimonio valiente de la fe…
Cristo sale a nuestro encuentro. Se hace uno de nosotros, como explica
San Pablo. Asume la naturaleza humana. Participa "de nuestra carne y
sangre". Comparte nuestras debilidades, menos el pecado. Nos libra del
pecado con su muerte en la Cruz. Cristo nos tiende la mano como el
Hermano mayor a sus hermanos más pequeños y necesitados. "Por eso tenía
que parecerse en todo a sus hermanos, para ser Pontífice compasivo, fiel
en lo que a Dios se refiere y expiar así los pecados del pueblo".
Cristo ha entrado en el templo. Está presente, eminente y centralmente
en la Eucaristía. La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. No se puede
vivir sin corazón. La Iglesia no puede vivir sin Eucaristía. Por eso,
damos gracias, ante todo, por la Presencia-real de Cristo en la
Eucaristía. Damos gracias a Dios porque la Iglesia peregrina se
construye sobre la celebración del Santo Sacrificio de la Misa; se
alimenta del cuerpo y sangre de Cristo; se renueva al calor de la
oración ante el Sagrario.
Cristo ha entrado en el Templo. El Evangelio de San Lucas narra el hecho
histórico: "Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la
ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al
Señor...".
María, la Inmaculada Concepción, la llena de gracia, la siempre Virgen,
Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, que no necesita de
purificación, da ejemplo de obediencia a lo ordenado por "la ley de
Moisés". La Virgen María ratifica su entrega, como esclava, a la
voluntad del Padre. Ella, con su palabra y con su ejemplo, nos pide
obediencia a la voluntad de Dios, nos invita al cumplimiento de los
Mandamientos de la Ley de Dios que se resumen en el amor a Dios sobre
todas las cosas y en el amor al prójimo como a nosotros mismos.
La Virgen María, en el templo, aparece unida a la Misión del Hijo. Es la
Corredentora al servicio del Redentor. En efecto, Simeón, impulsado por
el Espíritu Santo, tomó al Niño entre los brazos y, dando gracias a
Dios, dijo a María: "... y a tí una espada de dolor te traspasará el
alma". Es el precio de la Maternidad de María.
María es nuestra Madre. La Iglesia -cada uno de nosotros- es hijo de
María al precio de su dolor corredentor. María sufre con los dolores del
Hijo y sufre por nuestro pecado, causa de los dolores del Hijo. Por eso,
nos acogemos a su mediación maternal.
¡Madre de Dios y Madre nuestra, Sra. del Rosario!. No te canses -una
madre no se cansa nunca- de interceder por nosotros.
Nos envuelve la cultura del pecado y de la muerte, del error y de la
confusión. Falta verdad, amor, unidad, paz. Nos sentimos como
acobardados. Seguimos necesitando el perdón y la gracia de tu Hijo
Jesucristo. Que tu mano de Madre abra nuestros corazones a la vida de la
gracia que Cristo nos ofrece.
¡Madre de Dios y Madre nuestra!. Cuando te contemplamos con Cristo entre
tus brazos en el templo, nos llenamos de esperanza porque sabemos que
nosotros -miembros de Cristo- también estamos entre tus brazos. Te
confiamos y consagramos nuestras vidas .Guárdanos al calor de tu
corazón para siempre.
Virgen del Rosario, guardiana de nuestra fe: enséñanos a saberla
conservar, defender y transmitir, que tu Rosario siga siendo nuestro
escudo y defensa para siempre.
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y
PURIFICACIÓN DE MARÍA -
Meditación 2ª
El Beato Juan Pablo II nos invita a contemplar a Cristo con
María en el Rosario. Con María contemplamos a Cristo en el 4º misterio
gozoso del Rosario: la Presentación de Jesús en el Templo y la
Purificación de María.
Por lo tanto ¿cómo contempla María a Cristo al presentarlo en
el templo? Con María, ¿cómo contemplamos nosotros a Cristo en el templo?
¿Cómo contempla María a Cristo?
María, la Madre de Dios, contempla a Cristo como el Señor, como
el Dios hecho hombre que el mundo busca porque lo necesita. No se puede
vivir sin Dios. El mundo se ahoga.
María contempla a Cristo como el Mensajero de la paz, el
Portador de la alianza definitiva que sellará con su sangre, que
purifica como fuego de fundidor que refina la plata y el oro sin dejar
huella de pecado. Y María presenta a su Hijo al Padre por la salvación
de todos los hombres.
María contempla a Cristo como la Víctima redentora, la única
capaz de ofrecer una reparación infinita y definitiva por el pecado de
los hombres. Y María es la víctima corredentora, que al servicio de
Cristo, se ofrece con Él al Padre.
María contempla a Cristo como Dios y hombre verdadero, que
asume la naturaleza humana, que participa de nuestra carne y sangre, que
se hace de nuestra familia, que nos comprende en nuestra debilidad, que
es compasivo, misericordioso y perdonador, que carga con nuestros
pecado. Y María ha ofrecido virginalmente su carne y su sangre para que
se formara el cuerpo del Hijo por obra del Espíritu Santo. Por eso,
es la Madre que nos ama, nos comprende, nos perdona. Es Madre compasiva
y Misericordiosa. Es la Reina de la paz.
María contempla a Cristo como el Salvador de todos los pueblos.
Luz que alumbra en medio de tanta oscuridad. “Bandera discutida” “señal
de contradicción” que exige actitud clara y definida para ser aceptada.
“Espada” que atravesará el alma de la Madre. Y María, obra del Espíritu,
Santo es la primera redimida de modo excepcional y privilegiado,
inundada de luz por la plenitud de gracia, de fidelidad absoluta que
abre las puertas de su corazón corredentor para dejarse atravesar por
la espada del dolor.
Con María ¿cómo contemplamos nosotros a Cristo?
Con María, buscamos a Cristo porque lo necesitamos: es nuestro
Salvador. El mundo no puede prescindir de Cristo Redentor, del perdón y
la gracia, del cumplimiento de los Mandamientos... sería el caos, la
guerra, el terrorismo.
Con María, acogemos a Cristo, portador de la paz, alianza
sellada con su sangre. Necesitamos de la purificación en la sangre de
Cristo y de la reparación infinita que sólo Él puede ofrecer por
nuestros pecados.
Con María, adoramos a Cristo, Dios y hombre verdadero, Dios
como el Padre, y nos acogemos a su Corazón misericordioso y compasivo.
Con María, optamos por Cristo, nuestro Salvador y nos dejamos
inundar por su luz. Optamos por Cristo con actitud clara y definida,
con todas sus consecuencias.
Con María rezamos el Rosario.
Para recordar y contemplar los misterios de Cristo con el
corazón, los
sentimientos y la mirada de María. Para alcanzar la paz que necesitamos
y la estabilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer y,
consecuentemente, por la familia. Igualmente, para que los católicos
voten en las elecciones con sentido de responsabilidad como piden nuestros Obispos.
Hoy es el día de la vida consagrada. Con María, encomendamos a los monjes
y a las monjas, a los religiosos y religiosas, a todos los consagrados.
Que aprendamos de María –la primera consagrada- a vivir los misterios de
la vida de Cristo con fidelidad y a expresarlo en la vida apostólica. Y
todos, con el Rosario en el corazón, en los labios y en las manos.
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