La Presentación del Señor y
la Purificación de la Virgen María


Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 
 




MEDITACIÓN

 

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y
LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

 

Malaq. 3, 1-4
Hebr. 2, 14-18
Lc. 2, 22-40


PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y PURIFICACIÓN DE MARÍA -
Meditación 1ª


             Cristo sale a nuestro encuentro entre los brazos de María. Se cumple la profecía de Malaquías: el Señor, a quien buscamos porque lo necesitamos, entra en el templo. Es el "mensajero" del Padre que reabre los caminos de la salvación; el "mensajero" de la alianza definitiva en la sangre, portador de la paz y de la reconciliación.

             "¿Quién es ese Rey de la gloria?  Es el Señor, Dios de los Ejércitos: él es el Rey de la gloria" (Sa.23). Es el Enviado en la sangre que redime y en el fuego que purifica como el fundidor de la plata y del oro. Es nuestro Redentor. Es "Dios con nosotros".



            

       ¡Abríos totalmente a Cristo, a su Evangelio, a su Iglesia! ¡Dejadlo entrar en vuestros corazones.

             Lo dejáis entrar cuando removéis el pecado en el sacramento de la Reconciliación, cuando participáis en la Eucaristía, cuando hacéis oración, cuando practicáis las virtudes cristianas, cuando dais testimonio valiente de la fe…
 
              Cristo sale a nuestro encuentro. Se hace uno de nosotros, como explica San Pablo. Asume la naturaleza humana. Participa "de nuestra carne y sangre". Comparte nuestras debilidades, menos el pecado. Nos libra del pecado con su muerte en la Cruz. Cristo nos tiende la mano como el Hermano mayor a sus hermanos más pequeños y necesitados. "Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser Pontífice compasivo, fiel en lo que a Dios se refiere y expiar así los pecados del pueblo".

               Cristo ha entrado en el templo. Está presente, eminente y centralmente en la Eucaristía. La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. No se puede vivir sin corazón. La Iglesia no puede vivir sin Eucaristía. Por eso, damos gracias, ante todo, por la Presencia-real de Cristo en la Eucaristía. Damos gracias a Dios porque la Iglesia peregrina se construye sobre la celebración del Santo Sacrificio de la Misa; se alimenta del cuerpo y sangre de Cristo; se renueva al calor de la oración ante el Sagrario.
         
               Cristo ha entrado en el Templo. El Evangelio de San Lucas narra el hecho histórico: "Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor...".

                María, la Inmaculada Concepción, la llena de gracia, la siempre Virgen, Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, que no necesita de purificación, da ejemplo de obediencia a lo ordenado por "la ley de Moisés". La Virgen María ratifica su entrega, como esclava, a la voluntad del Padre. Ella, con su palabra y con su ejemplo, nos pide obediencia a la voluntad de Dios, nos invita al cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios que se resumen en el amor a Dios sobre todas las cosas y en el amor al prójimo como a nosotros mismos. 
   
                La Virgen María, en el templo, aparece unida a la Misión del Hijo. Es la Corredentora al servicio del Redentor. En efecto, Simeón, impulsado por el Espíritu Santo, tomó al Niño entre los brazos y, dando gracias a Dios, dijo a María: "... y a tí una espada de dolor te traspasará el alma". Es el precio de la Maternidad de María. María es nuestra Madre. La Iglesia -cada uno de nosotros- ­es hijo de María al precio de su dolor corredentor. María sufre con los dolores del Hijo y sufre por nuestro pecado, causa de los dolores del Hijo. Por eso, nos acogemos a su mediación maternal.

              ¡Madre de Dios y Madre nuestra, Sra. del Rosario!. No te canses -una madre no se cansa nunca- de interceder por nosotros.

              Nos envuelve la cultura del pecado y de la muerte, del error y de la confusión. Falta verdad, amor, unidad, paz. Nos sentimos como acobardados. Seguimos necesitando el perdón y la gracia de tu Hijo Jesucristo. Que tu mano de Madre abra nuestros corazones a la vida de la gracia que Cristo nos ofrece.



 

         ¡Madre de Dios y Madre nuestra!. Cuando te contemplamos con Cristo entre tus brazos en el templo, nos llenamos de esperanza porque sabemos que nosotros -miembros de Cristo- también estamos entre tus brazos. Te confiamos y consagramos nuestras vidas .Guár­danos al calor de tu corazón para siempre.

              Virgen del Rosario, guardiana de nuestra fe: enséñanos a saberla conservar, defender y transmitir, que tu Rosario siga siendo nuestro escudo y defensa para siempre.
 



 
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y PURIFICACIÓN DE MARÍA -
Meditación 2ª


 
         El Beato Juan Pablo II nos invita a contemplar a Cristo con María en el Rosario.  Con María contemplamos a Cristo en el 4º misterio gozoso del Rosario: la Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de María.
 
         Por  lo tanto ¿cómo contempla María a Cristo al presentarlo en el templo? Con María, ¿cómo contemplamos nosotros a Cristo en el templo?
¿Cómo contempla María a Cristo?

         María, la Madre de Dios, contempla a Cristo como el Señor, como el Dios hecho hombre que el mundo busca porque lo necesita. No se puede vivir sin Dios. El mundo se ahoga.

         María contempla a Cristo como el Mensajero de la paz, el Portador de la alianza definitiva que sellará con su sangre, que purifica como fuego de fundidor que refina la plata y el oro sin dejar huella de pecado. Y María presenta a su Hijo al Padre por  la salvación de todos los hombres.

         María contempla a  Cristo como la Víctima redentora, la única capaz de ofrecer una reparación infinita y definitiva por  el pecado de los hombres. Y María es la víctima corredentora, que al servicio de Cristo, se ofrece con Él al Padre.

         María contempla a Cristo como Dios y hombre verdadero, que asume la naturaleza humana, que participa de nuestra carne y sangre, que se hace de nuestra familia, que nos comprende en nuestra debilidad, que es compasivo, misericordioso y perdonador, que carga con nuestros pecado. Y María ha ofrecido virginalmente su carne y su sangre para que se formara el cuerpo del Hijo por  obra del Espíritu  Santo. Por  eso, es la Madre que nos ama, nos comprende, nos perdona. Es Madre compasiva y Misericordiosa. Es la Reina de la paz.



         María contempla a Cristo como el Salvador de todos los pueblos. Luz que alumbra en medio de tanta oscuridad. “Bandera discutida” “señal de contradicción” que exige actitud clara y definida para ser aceptada. “Espada” que atravesará el alma de la Madre. Y María, obra del Espíritu, Santo es la primera redimida de modo excepcional y privilegiado, inundada de luz por  la plenitud de gracia, de fidelidad absoluta que abre las puertas de su corazón corredentor para dejarse atravesar por  la espada del dolor.


Con María ¿cómo contemplamos nosotros a Cristo?

         Con María, buscamos a Cristo porque lo necesitamos: es nuestro Salvador. El mundo no puede prescindir de Cristo Redentor, del perdón y la gracia, del cumplimiento de los Mandamientos... sería el caos, la guerra, el terrorismo.

         Con María, acogemos a Cristo, portador de la paz, alianza sellada con su sangre. Necesitamos de la purificación en la sangre de Cristo y de la reparación  infinita que sólo Él puede ofrecer por  nuestros pecados.

         Con María, adoramos a Cristo, Dios y hombre verdadero, Dios como el Padre, y nos acogemos a su Corazón misericordioso y compasivo.

         Con María, optamos por  Cristo, nuestro Salvador y nos dejamos inundar por  su luz. Optamos por  Cristo con actitud clara y definida, con todas sus consecuencias.


Con María rezamos el Rosario.

         Para recordar y contemplar los misterios de Cristo con el corazón, los
sentimientos y la mirada de María. Para alcanzar la paz que necesitamos y la estabilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer y, consecuentemente, por la familia. Igualmente, para que los católicos voten en las elecciones con sentido de responsabilidad como piden nuestros Obispos.
 


       

            Hoy es el día de la vida consagrada. Con María, encomendamos a los monjes y a las monjas, a los religiosos y religiosas, a todos los consagrados. Que aprendamos de María –la primera consagrada- a vivir los misterios de la vida de Cristo con fidelidad y a expresarlo en la vida apostólica. Y todos, con el Rosario en el corazón, en los labios y en las manos.
 

 




 

 

 
 


             Autor: Fr. Carlos Lledó López, O.P.