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MEDITACIONES
Cristo, Sumo y Eterno
Sacerdote
Tercera lectura (Lc. 22, 14-20)
Con sabor de Cenáculo, los sacerdotes nos congregamos entorno al altar
para revivir la institución del sacerdocio: Como nuestro Señor, y al
mismo tiempo in persona Christi, pronunciamos las palabras “Tomad y
comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... Tomad y bebed todos de
él, porque éste es el cáliz de mi Sangre” En efecto, el mismo Señor nos
lo encomendó cuando dijo a los Apóstoles: “Haced esto en conmemoración
mía.
Nuestra atención se centra en Jesucristo porque El es el Sumo y Eterno
Sacerdote. Lo adoramos, lo bendecimos y le damos gracias. Jesucristo es
el Sumo y Eterno Sacerdote porque es el único Mediador entre Dios y los
hombres; y la única Víctima del Sacrificio.
Primera lectura (Is. 52, 13-15; 53, 1-2)
El Profeta Isaías, en la primera lectura, profetiza el momento
culminante del Siervo de Yavé: "Como cordero llevado al matadero, como
oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” Se ofrece a sí
mismo en expiación. “Mi Siervo justificará a muchos, porque cargó con
los crímenes de ellos”
Segunda lectura (Heb. 10, 12-23)
A la luz del Nuevo Testamento, reconocemos en Cristo al Cordero
Inmaculado, única Víctima capaz de reparar ante el Padre la dimensi6n
infinita del pecado. Igualmente, Cristo, es el único Sacerdote por la
mediaci6n que puede ejercer entre Dios y los hombres. Por eso, San Pablo
nos enseña en la segunda lectura cómo Cristo, “con una sola ofrenda ha
perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados” La
Sangre derramada de Cristo es la rúbrica de la Alianza definitiva que el
Señor pacta con el hombre: "Así será la Alianza que haré con ellos
después de aquellos días, añade el Señor; pondré mis leyes en sus
corazones, y las escribiré en su mente y no me acordaré ya de sus
pecados ni de sus culpas”.
Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, no es un misterio
distante. El ejercicio de su mediación y victimación no es algo lejano.
El ha querido prolongar el ejercicio de su sacerdocio en favor de los
hombres, eligiendo a algunos de estos y haciéndolos partícipes de su
poder sacerdotal. Somos nosotros, los sacerdotes, llamados a una
especial intimidad con el Señor que nos marca con carácter eterno y nos
capacita para renovar incruentamente el mismo Sacrificio del Calvario y
causar la aplicación de la Sangre redentora a los hombres. Sí, somos
sacerdotes de Cristo.
El Prefacio de la Misa resonará hoy con especial fuerza de alabanza y
acción de gracias: te damos gracias, Señor, Padre santo, porque has
constituido a tu Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote; porque nos has elegido
con amor para participar de su misión, para renovar el sacrificio de la
redención en nombre de Cristo, para presidir a los redimidos en el amor,
para alimentarlos con la Verdad y fortalecerlos con los sacramentos.
Concédenos Señor entregar la vida por ti y por la salvación de los
hermanos; configurarnos contigo para dar "testimonio constante de
fidelidad y amor".
María y el Sacerdocio
Nuestra reflexión sacerdotal es inseparable del lugar de María como
Madre de nuestro sacerdocio. Porque la Virgen María es Madre de
Cristo-Sacerdote, es Madre, con especial título, de los que participamos
del poder sacerdotal de su Hijo.
En virtud del poder sacerdotal, hacemos realmente presente el Cuerpo y
la Sangre de Cristo, formado de la Virgen María por obra del Espíritu
Santo. Como nos dice el Beato Juan Pablo II: “Es conveniente que a lo
largo de este año, vivido por toda la Iglesia corno Año Mariano, se
recuerde -a propósito de la institución de la Eucaristía y, a la vez del
sacramento del sacerdocio- la realidad misma de la Encarnaci6n... Ave
verdadero cuerpo, nacido de la Virgen María: en verdad has sufrido y has
sido inmolado en la cruz por el hombre: ¡Sí, es el mismo Cuerpo! Al
celebrar la Eucaristía, mediante nuestro servicio sacerdotal, se hace
presente el misterio del Verbo encarnado, Hijo consubstancial al Padre,
que, como hombre nacido de mujer, es hijo de la Virgen María” (Año
Mariano 1988, Carta a los Sacerdotes)
El misterio del Verbo encarnado se expresa en el
ejercicio del Sacerdocio de Cristo que alcanza su momento culminante en
la victimación que realiza de sí mismo en el Calvario. Nos sigue
diciendo el Beato Juan Pablo II: la Madre "estaba presente en el
Calvario, al pié de la cruz... ¿A quien más que a nosotros es
indispensable una fe profunda y firme, a nosotros, que en virtud de la
sucesión apostólica comenzada en el Cenáculo, celebramos el sacrificio
de Cristo? Conviene, pues, que se profundice constantemente nuestro
vínculo espiritual con la Madre de Dios, que en la peregrinación de la
fe precede a todo el Pueblo de Dios. Y de modo particular, cuando
celebrando la Eucaristía nos encontramos cada día en el Gólgota,
conviene que esté a nuestro lado Aquella que, mediante una fe heroica,
realizó al máximo su unión con el Hijo, precisamente allí en el Gólgota"
(ut s.n.2).
Sí, María está a nuestro lado como la Madre junto al
hijo. Experimentamos su cercanía maternal, en virtud del orden
sacerdotal, cuando celebramos el Sacrificio del Altar, cuando predicamos
la Palabra de Dios, cuando alimentamos al Pueblo de Dios con los
sacramentos, cuando lo conducimos como pastores por los caminos de la
salvaci6n.
María, como Juan al pié de la Cruz, te acogemos como Madre, cuida
nuestro sacerdocio. Te lo consagramos. Sabemos, Madre de los sacerdotes,
que tú ya nos acogiste al pié de la Cruz, cuando Cristo te confió el
cuidado del Ap6stol Juan. Concédenos transmitir el gozo de nuestro
sacerdocio a muchos jóvenes para que se sientan atraídos y aumente el
número de tus sacerdotes.
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