CRISTO, SUMO Y ETERNO
SACERDOTE
 

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.
 

 



MEDITACIONES
 

Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote
 

 

Tercera lectura (Lc. 22, 14-20)

Con sabor de Cenáculo, los sacerdotes nos congregamos entorno al altar para revivir la institución del sacerdocio: Como nuestro Señor, y al mismo tiempo in persona Christi, pronunciamos las palabras “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre” En efecto, el mismo Señor nos lo encomendó cuando dijo a los Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía.

Nuestra atención se centra en Jesucristo porque El es el Sumo y Eterno Sacerdote. Lo adoramos, lo bendecimos y le damos gracias. Jesucristo es el Sumo y Eterno Sacerdote porque es el único Mediador entre Dios y los hombres; y la única Víctima del Sacrificio.
 


 

Primera lectura (Is. 52, 13-15; 53, 1-2)

El Profeta Isaías, en la primera lectura, profetiza el momento culminante del Siervo de Yavé: "Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” Se ofrece a sí mismo en expiación. “Mi Siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”


Segunda lectura (Heb. 10, 12-23)

A la luz del Nuevo Testamento, reconocemos en Cristo al Cordero Inmaculado, única Víctima capaz de reparar ante el Padre la dimensi6n infinita del pecado. Igualmente, Cristo, es el único Sacerdote por la mediaci6n que puede ejercer entre Dios y los hombres. Por eso, San Pablo nos enseña en la segunda lectura cómo Cristo, “con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados” La Sangre derramada de Cristo es la rúbrica de la Alianza definitiva que el Señor pacta con el hombre: "Así será la Alianza que haré con ellos después de aquellos días, añade el Señor; pondré mis leyes en sus corazones, y las escribiré en su mente y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas”.

Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, no es un misterio distante. El ejercicio de su mediación y victimación no es algo lejano. El ha querido prolongar el ejercicio de su sacerdocio en favor de los hombres, eligiendo a algunos de estos y haciéndolos partícipes de su poder sacerdotal. Somos nosotros, los sacerdotes, llamados a una especial intimidad con el Señor que nos marca con carácter eterno y nos capacita para renovar incruentamente el mismo Sacrificio del Calvario y causar la aplicación de la Sangre redentora a los hombres. Sí, somos sacerdotes de Cristo.

El Prefacio de la Misa resonará hoy con especial fuerza de alabanza y acción de gracias: te damos gracias, Señor, Padre santo, porque has constituido a tu Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote; porque nos has elegido con amor para participar de su misión, para renovar el sacrificio de la redención en nombre de Cristo, para presidir a los redimidos en el amor, para alimentarlos con la Verdad y fortalecerlos con los sacramentos. Concédenos Señor entregar la vida por ti y por la salvación de los hermanos; configurarnos contigo para dar "testimonio constante de fidelidad y amor".
 

María y el Sacerdocio

Nuestra reflexión sacerdotal es inseparable del lugar de María como Madre de nuestro sacerdocio. Porque la Virgen María es Madre de Cristo-Sacerdote, es Madre, con especial título, de los que participamos del poder sacerdotal de su Hijo.

En virtud del poder sacerdotal, hacemos realmente presente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, formado de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Como nos dice el Beato Juan Pablo II: “Es conveniente que a lo largo de este año, vivido por toda la Iglesia corno Año Mariano, se recuerde -a propósito de la institución de la Eucaristía y, a la vez del sacramento del sacerdocio- la realidad misma de la Encarnaci6n... Ave verdadero cuerpo, nacido de la Virgen María: en verdad has sufrido y has sido inmolado en la cruz por el hombre: ¡Sí, es el mismo Cuerpo! Al celebrar la Eucaristía, mediante nuestro servicio sacerdotal, se hace presente el misterio del Verbo encarnado, Hijo consubstancial al Padre, que, como hombre nacido de mujer, es hijo de la Virgen María” (Año Mariano 1988, Carta a los Sacerdotes)

El misterio del Verbo encarnado se expresa en el ejercicio del Sacerdocio de Cristo que alcanza su momento culminante en la victimación que realiza de sí mismo en el Calvario. Nos sigue diciendo el Beato Juan Pablo II: la Madre "estaba presente en el Calvario, al pié de la cruz... ¿A quien más que a nosotros es indispensable una fe profunda y firme, a nosotros, que en virtud de la sucesión apostólica comenzada en el Cenáculo, celebramos el sacrificio de Cristo? Conviene, pues, que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios, que en la peregrinación de la fe precede a todo el Pueblo de Dios. Y de modo particular, cuando celebrando la Eucaristía nos encontramos cada día en el Gólgota, conviene que esté a nuestro lado Aquella que, mediante una fe heroica, realizó al máximo su unión con el Hijo, precisamente allí en el Gólgota" (ut s.n.2).

Sí, María está a nuestro lado como la Madre junto al hijo. Experimentamos su cercanía maternal, en virtud del orden sacerdotal, cuando celebramos el Sacrificio del Altar, cuando predicamos la Palabra de Dios, cuando alimentamos al Pueblo de Dios con los sacramentos, cuando lo conducimos como pastores por los caminos de la salvaci6n.

María, como Juan al pié de la Cruz, te acogemos como Madre, cuida nuestro sacerdocio. Te lo consagramos. Sabemos, Madre de los sacerdotes, que tú ya nos acogiste al pié de la Cruz, cuando Cristo te confió el cuidado del Ap6stol Juan. Concédenos transmitir el gozo de nuestro sacerdocio a muchos jóvenes para que se sientan atraídos y aumente el número de tus sacerdotes.
 

 


 
       
           




 

 
 


             Autor: Fr. Carlos Lledó López, O.P.