SEMANA SANTA

Via Crucis
 

 

   
 MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




VIA CRUCIS TRADICIONAL


 


INTRODUCCIÓN.

Nos disponemos a meditar el Vía Crucis con un acto de fe, de esperanza y de caridad.

Jesucristo: creemos que Tú eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, Dios con nosotros que te has hecho hombre para nuestra salvación.

Jesucristo: esperamos en ti, nos apoyamos en tu vida, pasión, muerte y resurrección, confiamos en tu palabra que nos perdona y nos salva.

Jesucristo: abrimos nuestro corazón al amor que nos tienes, te queremos amar con todo nuestro ser y queremos ser testigos de tu amor.

Madre de Dios y Madre nuestra: ayúdanos como Maestra y Medianera.

 

 PRIMERA ESTACIÓN


I Estación. Jesús condenado a muerte.

Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Dice el Evangelio: “Y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran” (Mt. 27, 26). De esta manera, Pilato cede cobardemente a la presión de los sumos sacerdotes, los ancianos, del gentío manipulado…

Parece que Jesús nos mira interrogante: He dado de comer a los hambrientos. He curado a los enfermos de alma y de cuerpo. He resucitado a los muertos. He predicado el Reino de los Cielos. He perdonado a los pecadores ¿Y tú me respondes así? ¿Me condenas a muerte?

Hoy estamos aquí para reparar nuestro pecado. Perdón, Señor. Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amamos a pesar de nuestras debilidades (Cf. Jo. 21, 15-18)

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé, tened piedad y misericordia de mí.

 

 SEGUNDA ESTACIÓN


II Estación. Jesús carga la Cruz.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Dice el Evangelio: “Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar”. Sí, terminada la burla del pretorio, cargan la Cruz sobre tu cuerpo ya extenuado por la flagelación

¡Cuánto pesa la Cruz! Un grueso tronco de madera. ¡Cuánto pesa la Cruz! Es el peso de nuestro pecado que Cristo carga amorosamente sobre sus hombros. Y Jesús comienza a caminar -el Vía Crucis- lentamente, al límite de sus fuerzas, para culminar la obra de la Redención. Él es el gran perdonador, quiere nuestra salvación. Va demostrando progresivamente que nos ama hasta el extremo (Cf. Jo. 13, 1)

Señor, te abrimos el alma para dejarnos amar por Ti, todo lo que Tú quieres amarnos, para amarte todo lo que Tú quieres que te amemos y para ser testigos de tu amor.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 TERCERA ESTACIÓN


III Estación. Jesús cae por primera vez.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Señor: caes bajo el peso de la Cruz porque tu cuerpo está extenuado, no puedes más. Caes bajo el peso de la Cruz que es el peso del pecado del mundo y el mío propio ante la indiferencia de los que te rodean. Caes aplastado por la Cruz ante la burla de los que te rodean.

Se necesitan almas voluntarias que te levanten y te sostengan. Y las hay. Almas sacerdotales que viven como víctimas y sacerdotes; almas consagradas en la vida contemplativa que viven centradas en la oración y en la penitencia; personas seglares que viven su fe y dan testimonio coherente hasta el martirio…

Señor, aquí nos tienes. Hoy queremos ayudarte. No podemos permanecer indiferentes ante tanto sufrimiento.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 CUARTA ESTACIÓN


IV Estación. Jesús encuentra a su Madre.

Te adoramos Cristo y te bendecimos...

Una madre siempre está cerca del hijo, especialmente si sufre. Y la Virgen María es la mejor de todas las madres. Por eso, marcha cerca del Hijo camino del Calvario.

Es lógico, María se abre paso. Se acerca a su Hijo. Imaginamos el diálogo: “Hijo mío: Estás cumpliendo la voluntad del Padre, obedeciendo “hasta la muerte y muerte de Cruz” (Cf. Fil. 2,4) por la salvación de los hombres. ¡Ánimo! Está próxima la glorificación. –Y el Hijo debió responder: “Madre mía -Mamá- gracias por tu presencia reconfortante y tu colaboración corredentora. Tú, que participas de mi pasión, participarás privilegiadamente de mi glorificación y serás asunta al Cielo en cuerpo y alma.

María también camina junto a nosotros: Hijos míos, sed fieles a Cristo. Vivid en comunión con Él, dejando el pecado, permaneciendo en gracia santificante, sostenidos por los sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía.

María nos tiende el Rosario para que nos agarremos a él.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 QUINTA ESTACIÓN


V Estación. El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Dice el Evangelio: Sacaron a Jesús para crucificarlo.“Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el Padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz” (Mc. 15, 21)

Simón de Cirene es conocido de los Apóstoles. Saben su nombre y el de sus hijos. Sin duda, Jesús lo conoce y debió sentirse aliviado al verlo. También los fariseos saben que Simón Cirene es amigo de Jesús y por eso le obligan a cargar con la Cruz.

La amistad con Jesús es condición para podernos acercar a la Pasión de Cristo, para comprender el misterio de la Cruz, para ser cirineos.

Somos cirineos que viviendo en gracia santificante nos unimos a Cristo en el dolor de la enfermedad, en los sufrimientos de la vida, en el cumplimiento del deber.

¿Podemos decirle: Cristo, cuenta con nosotros en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las tristezas, en los tiempos fáciles y en los difíciles, en la vida y en la muerte, en el tiempo y en la eternidad?

Ayudados de la gracia divina, decimos: Cristo, cuenta con nosotros, incondicionalmente. Somos tus amigos.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 SEXTA ESTACIÓN


VI Estación. La Verónica enjuga el rostro de Jesús.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

La Verónica es una mujer valiente que, en medio de tanta hostilidad e incomprensión, sin respetos humanos, se acerca a Cristo para tratar de aliviarle en su dolor. Con ternura femenina y maternal, le limpia el rostro con un lienzo blanco. Ella le dice: Jesús mío. Cristo le responde: Gracias, hija, con una recompensa: el rostro del Maestro ha quedado grabado en el sudario que ella aprieta contra su corazón y besa, incansable.

Seamos valientes en medio del ambiente hostil e indiferente que nos rodea. No tengamos miedo. Acerquémonos a Cristo para enjugar su rostro amorosamente. Confesemos nuestra fe sin complejos. Seamos valientes hasta el martirio, si es preciso. Y Cristo, agradecido, graba su Imagen indeleble en nuestra alma: es la vida sobrenatural, participación de la plenitud de gracia que santifica el alma de Cristo. Somos imagen -icono- de Cristo. Que sepamos guardar la imagen de Cristo grabada en nuestra alma como el mejor, el único tesoro.

Padre nuestro… Pequé, Señor  pequé…

  

 SÉPTIMA ESTACIÓN


VII Estación. Jesús cae por segunda vez.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Yo no sé si Jesús ya no puede más, si le empujan para mofarse de Él, si las dos cosas… pero cae en medio de un divertido alboroto. ¡Cuánta crueldad! ¿Quién se apiada de Tí? ¿Quién te ayudará a levantarte? ¿Es que no hay nadie que te eche una mano?

Jesús mío: lo que realmente te empuja brutalmente y te hace caer, es nuestro pecado. Queremos echarte una mano, pidiendo perdón con dolor de corazón. Perdona tanta blasfemia, burla y desprecio de tu Santo Nombre. Perdona tanto incumplimiento del precepto dominical y festivo, tanta desunión de matrimonios y familias que se rompen, tanto asesinato al calor del corazón de la mujer, tanta impureza, tanta mentira, tanta corrupción… tanto pretender vivir como si Dios no existiera…

Si acudimos al Sacramento de la Confesión, si centramos nuestra vida en la Eucaristía, si somos fieles cristianos, podemos acercarnos a Cristo, tenderle los brazos, levantarlo, aliviarlo… Él nos perdona y nos abraza con su amor  misericordioso.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé...

  

 OCTAVA ESTACIÓN


VIII Estación. Jesús y las hijas de Jerusalén.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Narra el Evangelio: “Lo seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ella y les dijo:``Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos´´…”

Mujeres que seguían a Jesús, se golpeaban el pecho y lloraban aparatosamente. Era una compasión natural y sensible.

Jesús les dice: hay que llorar el pecado con compunción de corazón. Nuestro pecado personal y social es la causa de la Pasión de Cristo. Nosotros, por lo tanto, contemplamos a Cristo y lloramos nuestro pecado, pedimos perdón.

Por eso decimos con dolor de corazón, contemplando a Cristo camino del Calvario: Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, me pesa de todo corazón de haberos ofendido por ser Vos quien sois,  Bondad infinita, de no abrirme al amor hasta el extremo que me estáis manifestando, de no corresponder a vuestro amor con mi entrega total desde mi estado de vida, de no proclamar vuestro amor en medio del mundo.

Señor, déjame decir y repetir: Tú lo sabes todo, sabes bien que te amo.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 NOVENA ESTACIÓN


IX Estación.  Jesús cae por tercera vez.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Jesús sigue imparable su camino hasta la crucifixión  porque esa es la voluntad del Padre. En medio del ambiente, irrespirable a su alrededor, cae por tercera vez, aplastado bajo el peso de la Cruz con su cuerpo maltrecho y mal herido. Jesús no puede más físicamente. No hay quien se compadezca y le eche una mano. En todo caso, tienen miedo a que se muera antes de llegar al Calvario y lo ayudan a levantarse de la tierra.

Pienso en la mirada de Jesús llena de amor, de misericordia y de perdón que le hacía repetir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34) Experimentamos que la mirada y la palabra de Jesús se dirige a cada uno de nosotros. ¡Hemos pecado tanto! ¡Hemos caído tantas veces! Y eres Tú, Señor, el que nos tiendes la mano y nos levantas de tanta miseria.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 DÉCIMA ESTACIÓN


X Estación. Jesús es despojado de sus vestiduras.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Señor: Tú eres el Amor infinito y nosotros pretendemos despojarte del Amor que nos tienes. Tú eres la Misericordia que no tiene fin y nosotros pretendemos despojarte de la Misericordia que nos ofreces. Tú eres el perdón que olvida nuestros pecados y nosotros pretendemos despojarte del perdón que nos brindas, clavado en la cruz. Los verdaderamente despojados somos nosotros.

Concédenos ser revestidos de tu Amor, de tu misericordia, de tu perdón, de tu gracia.

Cristo: te necesitamos, aunque muchos quieran prescindir de Tí como si Tú no existieras. Pero, Tú estás presente conduciendo la historia de cada uno de nosotros; quieres estar presente en el alma por el don de la gracia; estás presente en la Eucaristía como Sacrificio, Comunión y Tabernáculo. Tú no quieres abandonarnos. Cristo no nos abandona.

Padre Nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 DECIMOPRIMERA ESTACIÓN


XI Estación. Jesús es clavado en la Cruz.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Señor, clavado en la Cruz. Gracias porque has cumplido tu palabra: "Nadie tiene amor más grande que este de dar lo vida por sus amigos" (Jo. 15, 13). Gracias porque has lavado los pies a tus discípulos y nos entregas el mandato nuevo: "Que os améis unos a los otros como yo os he amando, amaos también unos a otros, en esto conocerán que sois discípulos míos” (Jo.13, 14) Gracias porque has instituido la Eucaristía, prueba de amor hasta el extremo (Jo. 13, 1). Concédenos: dejarnos amar por ti, amarte con todo nuestro ser y dar testimonio de tu amor.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 DECIMOSEGUNDA ESTACIÓN


XII Estación. Jesús muere en la Cruz.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Gracias, Señor. Con tu muerte, nos perdonas el pecado porque no sabemos lo que hacemos (Cf. Lc. 23, 34); prometes abrirnos las puertas del paraíso, si pedimos perdón (Cf. Lc. 23, 39); proclamas a tu Madre por Madre nuestra para que cuide de nosotros (Cf. Jo. 19, 25); cargas con el vacío que experimenta el hombre alejado de Dios (Cf. Mt. 27,46; Mc. 15, 33); pides que saciemos tu sed con nuestra conversión (Cf. Jo. 19,28); lo has dado todo por nosotros (Cf. Jo. 19, 30) y has entregado tu espíritu al Padre (Cf. Lc. 23, 44)

En silencio, adoramos a Cristo, muerto por nosotros y por nuestra salvación…

Padre Nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 DECIMOTERCERA ESTACIÓN


XIII Estación. Jesús muerto en brazos de su Madre.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Bajan a Cristo de la Cruz. Ponen al Hijo muerto en brazos de su Madre. ¡Qué dolor más grande! Lo besa, lo abraza, sí, le habla: Hijo mío, te has dedicado a las cosas del Padre, ahora lo entiendo (Cf. Lc. 3, 49), has cumplido su voluntad y te has humillado, hecho obediente hasta la muerte de Cruz (Cf. Fil. 2, 8) Eres infinitamente bueno y misericordioso. Y el dolor de la Madre se convierte en satisfacción y gratitud.

Acompañamos a María, Madre de Dios y Madre nuestra. Lo hacemos con el Rosario en el corazón recordando agradecidos los misterios de la Redención. Con el Rosario en los labios, besando incansablemente a nuestra Madre con el Ave María. Con el Rosario en las manos porque es la mejor arma en la vida y la mejor mortaja en la muerte.

Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

 DECIMOCUARTA ESTACIÓN


XIV Estación. Jesús en el Sepulcro.

Te adoramos Cristo y te bendecimos…

Al anochecer, José de Arimatea, discípulo de Jesús, tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo excavado en la roca, nos dice el Evangelio (Mt. 27, 57-61)

Jesús es por excelencia “el grano de trigo” que cae en tierra y muere para dar mucho fruto. Es el fruto de la Redención de dónde brota el perdón y la gracia, que nos hace partícipes de la naturaleza divina, nos introduce en la comunión trinitaria, nos convierte en hijos adoptivos de Dios y herederos de la gloria.

Quedamos en espera de la Resurrección que confirma nuestra fe en Cristo, apoya  nuestra esperanza en el Dios que no puede fallar y estimulará nuestro amor “apasionante y apasionado” (San Juan Pablo II) a Cristo. Señor, Tú lo sabes todo, sabes bien que te amamos (Cf. Jo. 21,15)

Para ganar la indulgencia plenaria: Padre nuestro… Pequé, Señor pequé…

 

Oración final.

Señor, gracias porque nos has concedido este rato para estar contigo, para contemplar tu pasión y tu muerte redentora, para esperar tu resurrección, el triunfo sobre el pecado y la muerte.

Concédenos participar de los frutos de la redención. Sálvanos, llévanos contigo al Cielo para que seamos eternamente, alabanza y gloria de la Santísima Trinidad.

Amén.

 

   


VIA CRUCIS SEGÚN LOS EVANGELIOS

 

1- Jesús en el huerto de los olivos (Lc. 22, 39-46)

2- Jesús, traicionado por Judas, es arrestado (Lc. 22,47-53)

3- Jesús es condenado por el Sanedrín (Lc.22, 66-71)

4- Jesús es negado por Pedro (Lc.22, 54-62)

5- Jesús es juzgado por Pilato (Lc.23, 13-25)

6- Jesús es azotado y coronado de espinas (Jo.19, 2-3)

7- Jesús es cargado con la cruz (Lc. 23, 26)

8- Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la cruz (Lc.23, 26)

9- Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén (Lc. 23, 27-31)

10- Jesús es crucificado (Lc. 23, 33-38)

11- Jesús promete su reino al buen ladrón (Lc. 23, 39-43)

12- Jesús en la cruz, la Madre y el discípulo (Jo. 19, 25-27)

13- Jesús muere en la cruz (Lc.23 44-47)

14- Jesús es colocado en el sepulcro (Lc.23, 50-54)

 

Cf. L´Osservatore nº 1998 (2007), p.200    

 

 
 


 

NUESTROS SENTIMIENTOS AL PIÉ DE LA CRUZ.

Perdonar porque Cristo perdonó.
Abrirnos las puertas de Cielo construyendo una nueva civilización en la verdad y el amor.
Llenar el vacío de Dios con el compromiso de consagrar el mundo.
Vivir y morir en la gracia de Cristo.
En brazos de la Virgen Madre con el Rosario en el corazón, en los labios y en las manos.



 

CRISTO DICIENDO ESTO EXPIRÓ.

Cristo: déjame acercarme, contemplar, adorar tus llagas... y decirte:
No me mueve mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
Clavado en esa cruz y escarnecido;
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
Muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin tu amor, y en tal manera
Que, aunque no hubiera cielo, yo te amara
Y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
Pues, aunque lo que espero, no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.

Y nos quedamos acompañando a nuestra Madre la Virgen en su dolor, en su soledad y, sobre todo, en la esperanza cierta de la resurrección del Hijo.

 



 
       
 


 


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      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.