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MEDITACIÓN
MARÍA Y LA
EUCARISTÍA
MARIA Y LA EUCARISTÍA
María nos atrae a la Eucaristía.
Afirma el Venerable Juan Pablo II: la Maternidad espiritual de María "ha
sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el
sagrado Banquete -celebración litúrgica del misterio de la Redención-,
en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace
presente. Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un
profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la
Eucaristía... María guía a los fieles a la Eucaristía" (R.M.44). María
nos atrae irresistiblemente hacia la Eucaristía.
María nos atrae a la Eucaristía, Sacrificio incruento del cuerpo y de la
sangre de Cristo, formados al calor de su corazón por obra del Espíritu
Santo. Nos atrae a la Eucaristía, comunión en Cristo, porque Cristo está
privilegiadamente en Ella y Ella en Cristo. Nos atrae a la
Eucaristía-tabernáculo porque Ella es custodia viviente excepcionalmente
enriquecida por la gracia redentora, y la mejor adoradora de la
Presencia Real de Cristo.
María y la Presencia real de la Eucaristía.
María es la Madre de Dios. Madre-Virgen por obra del Espíritu Santo. Es,
por lo tanto, portadora de la Presencia Real del Cuerpo, de la Sangre,
del Alma y de la Divinidad de N. S. Jesucristo. Es Sagrario viviente.
María es Madre de los redimidos. ¡Madre nuestra!: no ceses de
conducirnos al encuentro de Cristo-Eucaristía, renovación incruenta del
Sacrificio del Calvarios. No ceses de ofrecernos el Cuerpo y la Sangre
de Cristo porque somos peregrinos hambrientos y sedientos del Pan
verdadero y de la Bebida verdadera. No ceses de atraernos como
adoradores a los pies del Tabernáculo.
María es la Madre al pie de la Cruz. Testigo excepcional del sacrificio
de Cristo, contenido del Sacrifico incruento de la Sta. Misa. Ella nos
conduce a la Eucaristía porque está asociada al sacrificio redentor con
su corazón traspasado por la espada de dolor, y testifica el
cumplimiento del amor que Cristo nos tiene "hasta el extremo". María
-afirma el Siervo de Dios Juan Pablo II- es "testigo particularmente
sensible de ese amor que encuentra su expresión sacramental precisamente
en la Eucaristía" (Polonia, 08, 06, 87).
María, la Eucaristía y la Iglesia.
María nos conduce a la Eucaristía en la Iglesia. "La Virgen Santísima
-nos enseña el Concilio- por el don y la prerrogativa de la maternidad
divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones
singulares, está íntimamente unida con la Iglesia"(LG. 63), con esta
Iglesia que vive centrada en la Eucaristía.
La Virgen María está especialmente asociada a la Eucaristía en la
Iglesia y nos conduce al centro de su misterio. La Iglesia vive y se
alimenta de la Eucaristía, y la Virgen Madre nos orienta hacia la
Eucaristía, nuestra vida y alimento. Si queremos vivir en el corazón de
la Iglesia, hemos de vivir centrados en la Eucaristía.
La Virgen María está presente en el Cenáculo el día de Pentecostés,
"momento del nacimiento de la Iglesia -nos dice el Venerable Juan Pablo
II- de esta Iglesia que constantemente vive de la Eucaristía: El que me
come vivirá por mi (Jo.6,57)" (Polonia ut s.).
La solicitud de María.
El desvelo de María en Caná de Galilea es signo de su solicitud maternal
para que no nos falte la celebración de la Santa Misa, para que nos
podamos alimentar del Cuerpo y de la Sangre de su Hijo y para que se
prolongue la Presencia real de Cristo en el Sagrario.
La Virgen María no cesa de interceder ante su Hijo por las necesidades
de la Iglesia peregrina. Le pedimos que no falten vocaciones
sacerdotales porque necesitamos sacerdotes santos que renueven el
Sacrificio del Calvario, que nos inviten al banquete del Cuerpo y la
Sangre de Cristo y que cuiden del Sagrario y de la adoración
eucarística.
En conclusión.
Lo mismo que Dios para hacerse hombre quiso contar con la Virgen María,
quiso contar con su Madre para ofrecernos el don de la Eucaristía. Ella,
como Madre solícita nos atrae irresistiblemente hacia la Eucaristía
Sacrificio, Comunión y Tabernáculo. Ella nos pide que vivamos centrados
en la Eucaristía porque la mejor manera de penetrar los sentimientos del
Corazón de Cristo en la Eucaristía, es vivir en comunión con los
sentimientos del Corazón de María.
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