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Festividad de la Virgen del Rosario Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P. |
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7 DE OCTUBRE FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DEL ROSARIO
La festividad del Rosario. La festividad de Nuestra Señora del Rosario viene a reconocer el lugar que María ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
El Rosario que la Virgen nos
entrega, es camino de oración vocal, mental y contemplativa. Libro
abierto donde contemplamos a María totalmente entregada a la obra
redentora de su Hijo. Es también, el compañero inseparable en nuestra
peregrinación terrena.
Decía el Siervo de Dios Juan Pablo II al comienzo de su Pontificado: El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Se puede decir que el Rosario es en cierto modo un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, y nos pone en comunión vital con Jesucristo a través –se puede decir- del corazón de su Madre. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo, la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana…A todos os exhortmoas a recitarla fervorosamente (E.P.D. 1978, 9-10).
Los misterios del Rosario. Misterios gozosos. La contemplación de los misterios gozosos del Rosario nos introduce en el interior del corazón de la Virgen María. Llamada ser Madre de Dios, es privilegiada y excepcionalmente redimida y llena de gracia. Se entrega sin condiciones. Hace donación total de todo su ser. Es Madre virginal por obra del Espíritu Santo. Desbordando el misterio de Dios hecho hombre, sale al encuentro de su parienta Isabel como peregrina de la caridad. Llegada la plenitud de los tiempos, María da a luz por obra del Espíritu Santo. Comienza la presencia histórica del Redentor, suprema expresión del amor del Padre para que todos los hombres se salven (Cf. Jo.3, 16). Fiel a la Ley, acude al templo de Jerusalén donde recibe el anuncio del precio de dolor que ha de pagar como Madre y Corredentora. En silencio reverencial acoge la respuesta del Hijo que permanece tres días en el templo porque ha de dedicarse a las cosas del Padre. Misterios luminosos. Los misterios luminosos nos introducen en la vida pública de Jesús. Con María, contemplamos espiritualmente el bautismo de Jesús, los cielos abiertos. Oímos la voz del Padre y vemos al Espíritu Santo sobre Jesucristo. Se inaugura el Nuevo Testamento. Cristo es confirmado en su misión. Con María participamos en la boda de Caná. La Madre intercede ante el Hijo y Cristo realiza su primer milagro. María nos interpela: Haced lo que Él os diga. Es una invitación a abrir el corazón a la predicación de Cristo que nos habla del Reino y nos invita a la conversión. María nos pide que nos dejemos inundar por la luz de la Transfiguración, gracia de Dios en nuestras almas, y nos atrae irresistiblemente a la Eucaristía Sacrificio, Comunión y Tabernáculo. Misterios dolorosos. La Virgen María nos ayuda a penetrar el sentido de la Pasión y Muerte de Cristo en los misterios dolorosos. Acompañamos a Cristo en la oración del huerto que nos enseña la necesidad que tenemos de tiempos suficientemente largos de oración que darán sentido a nuestra vida y misión como bautizados. Contemplamos la agonía de Getsemaní en comunión con la humillación extrema de Jesús. Permanecemos junto a la Cruz con María: Ella nos acoge como hijos y nosotros la acogemos como Madre. Permanecemos adorando a Cristo muerto por nosotros en silenció, acompañando a su Madre. Misterios gloriosos. La contemplación de los misterios gloriosos en el secreto del corazón de la Virgen nos convierte en testigos de la gran alegría: Cristo ha resucitado, triunfador sobre el pecado y la muerte, sube a los cielos y allí nos prepara un lugar (Cf. Jo. 14,2), nos envía su Espíritu para que nos santifique y conduzca la Iglesia a la plenitud, glorifica a su Madre que , en cuerpo y alma, nos precede en el cielo como miembro destacado de la Iglesia. Los misterios gloriosos del Rosario nos estimulan a ser sembradores de esperanza y alegría, dando testimonio de la Resurrección de Cristo imitando a María Magdalena. Miremos al cielo donde está Cristo nuestra Cabeza, animados por la fuerza del Espíritu Santo. La Virgen del Rosario, asunta al cielo en cuerpo y alma, intercede por nosotros que somos sus hijos.
Conclusión.
Llevemos el Rosario en el corazón
como recuerdo amoroso de la vida de Cristo. En los labios, recitando
letánicamente las avemarías. Y en las manos, como defensa ante el mal.
Renovamos nuestra consagración a la Virgen del Rosario: somos totalmente de la Virgen María como la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia.
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