Domingo 11º del Tiempo Ordinario

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 



 

DÉCIMO PRIMER DOMINGO – CICLO A.
                 
 

Con la Virgen del Rosario, contemplamos el amor que Dios nos tiene. Amor sellado definitivamente en la sangre de Jesucristo. Que María nos enseñe cómo abrir nuestro corazón al amor de Dios y cómo ser testigo del mismo.

 

PRIMERA LECTURA. Éxodo, 19, 2-6a

Dios sella la alianza con su pueblo.

Dios ama a su pueblo. Es el pueblo escogido. Lo ha demostrado con los hechos: lo ha liberado de la esclavitud, lo ha conducido por el desierto y lo ha salvado de múltiples peligros.
 

Dios espera una respuesta de amor.

Dios pide fidelidad a su pueblo: obedecer sus mandamientos por amor. Si hay amor, los Mandamientos de la Ley de Dios tienen sentido. Si no hay amor, no tienen sentido.

Podemos decir que hoy padecemos crisis de amor a Dios. Hemos de convertirnos al fervor del amor para aceptar a Dios y a sus mandamientos.

Si somos fieles a Dios, seremos propiedad amorosa de Dios, pueblo predilecto, sacerdotal, santo.
 

Invocación mariana.

Madre del amor porque eres la Madre de Dios: ayúdanos a convertirnos al fervor del amor para aceptar a Dios en nuestras vidas y cumplir amorosamente sus Mandamientos.

 

SEGUNDA LECTURA. Romanos, 5, 6-11.

La alianza definitiva.

La alianza definitiva se sella en la Pasión y muerte de Cristo con el derramamiento de su sangre.

Dios Padre envía a su Hijo y lo entrega a la muerte por la salvación de los hombres, para que tengan vida y vida abundante ( Cf. Jo.10,10).

Cristo se hace obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz (Cf. Fil. 2, 8): hace oblación de su vida por nuestra salvación. Es la prueba suprema del amor definitivamente sellada con su sangre. Nadie tiene amor más grande que éste de dar la vida por el que ama (Cf. Jo.15, 13).
 

Nosotros.

Si Cristo sella su alianza de amor a nosotros con su sangre, Él espera nuestra firma de entrega amorosa.

Si Él nos trata con tanto amor, hagamos de nuestra vida cristiana una respuesta de amor. Amemos a Cristo porque Él nos amó primero y dio su vida por nosotros.
 

Invocación mariana.

Madre de la nueva alianza. Enséñanos a responder a la entrega total de Cristo siguiendo tu ejemplo.

Que con María, nuestra vida sea un sí para Cristo en lo vertical y en lo horizontal. Con María, sí a Cristo en la Iglesia.

 

TERCERA LECTURA. San Mateo 9,36 – 10, 8

Cristo pide colaboradores.

Se necesitan discípulos portadores de amor, de santidad, de los sentimientos del Corazón de Cristo, que sean instrumentos de salvación.

“Rogad al Señor de la mies, que mande trabajadores a su mies”. Las gentes andan como ovejas sin pastor, desorientadas, ignorando los preceptos divinos, no se preocupan de la salvación.
 

Cualidad de los colaboradores.

Han de ser santos, llenos de amor de Dios, que buscan el bien y la salvación de las almas y de los cuerpos, predicadores auténticos del Evangelio, fieles a la Iglesia y su Magisterio. O sea, Heraldos del Evangelio con el testimonio de vida y con la palabra.

Oremos por la santificación de los sacerdotes y de los religiosos y por los jóvenes para que sepan decir sí a Cristo.
 

Es Cristo el que llama.

Como llamó a los doce apóstoles. Cristo sigue llamando a los jóvenes para que sean de los suyos. Sigue llamando a los sacerdotes para que como otros cristos sean dispensadores de la salvación. Sigue llamando a las personas consagradas para que sean testigos del amor de Dios. Sigue llamando a los seglares para que sean fermento en medio del mundo. Nos sigue llamando a todos para que seamos santos.
 

Invocación mariana.

Santa María, Madre de la Iglesia: todos hemos sido llamado a seguir a Cristo según el don de la vocación recibida. Enséñanos a responder sí a Cristo, consciente y libremente, y a entregarnos sin condiciones.

Rezamos el Rosario para que todos los bautizados sepamos responder al don de la vocación recibida. Pedimos especialmente vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Que todos seamos sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt.5 13.14). Sal de la tierra dando el sabor de Cristo a todas las cosas. Luz del mundo para ser testigos luminosos, valientes, de Cristo.

        

 



 

 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.