|
Domingo 15º del Tiempo Ordinario - CICLO A - Autor:
Fr. Carlos Lledó López O.P. |
|||
Guía didáctica
apropiada para
DÉCIMO QUINTO
DOMINGO – CICLO A. Meditar el Rosario es contemplar los misterios de la vida de Cristo “con los ojos de María” a la luz de la Palabra revelada. Que María, prototipo de acogida de la Palabra, nos enseñe a conocer, amar e imitar a su Hijo profundizando en los misterios del Rosario.
PRIMERA LECTURA. 55, 10-11 La Palabra de Dios La Palabra de Dios se contiene: en la Revelación escrita (Las Sagradas Escrituras) y en la Revelación oral (La Tradición apostólica), bajo la guía del Magisterio de la Iglesia que protege, interpreta y declara la Palabra revelada. La Palabra revelada es el medio de comunicación de Dios con el hombre, de cercanía, de enseñanza. Es el medio que Dios ha querido usar para hablarnos. Es la Revelación pública y oficial.
La meditación de los misterios del Rosario se apoya
en la Palabra revelada. El Rosario es esencialmente bíblico y cristológico. Cualidades de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es como la lluvia y la nieve que empapan la tierra, la fecundan, que la hacen germinar, que dan semilla y alimento.
La Palabra de Dios se derrama en nuestras almas para
germinar en frutos de salvación cumpliendo la voluntad del Padre por
Cristo en el amor del Espíritu Santo. O sea, produce frutos de salvación y
de santificación. Invocación mariana. Madre de Dios y Madre nuestra. Tú meditas y acoges la palabra de los profetas en el Antiguo Testamento y la guardas con exquisita fidelidad. Tú acoges privilegiadamente la Palabra que se hace carne al calor de tu corazón por obra del Espíritu Santo. Madre: enséñanos a meditar la Palabra revelada en los misterios del Rosario y a acoger el misterio de Cristo por la fidelidad creciente a la vida de la gracia.
SEGUNDA LECTURA. Romanos, 8,18-23. Necesidad de la Palabra de Dios.
Necesitamos de la Palabra revelada para el
conocimiento de Dios en la fe, para encontrar el camino de la salvación,
para alimentar la vida de la gracia, para el diálogo íntimo con Dios, para
el apoyo de la virtud sobrenatural... Anhelamos alcanzar a Dios. Es la creación expectante la que está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios para verse liberada de la corrupción del pecado y de la muerte y entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios en plenitud. El mundo, aunque no lo reconozca, experimenta hambre y sed de Dios
Nosotros, que poseemos las primicias del
Espíritu, también estamos expectantes porque deseamos alcanzar la meta
y ver a Dios, gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser
hijos de Dios. Por eso, nos esforzamos en perseverar en la vida de la
gracia santificante por los sacramentos, centralmente en la Eucaristía,
por la virtud, la oración, el sacrificio... Invocación mariana. Santa María de la expectación. Tú vivías expectante el momento del nacimiento virginal de tu Hijo, de su Pasión y muerte que nos redime y de su Resurrección triunfando sobre el pecado y la muerte. María: enséñanos a vivir expectantes el triunfo definitivo de la Redención sobre nosotros, caminando por la ruta que tu Hijo nos marca. El rezo y meditación de los misterios de la infancia, vida publica, pasión, muerte y resurrección de Cristo con María, nos ayudan a seguir a Cristo, a ser de los suyos, a serle fiel, a alcanzar la plenitud como hijos de Dios.
TERCERA LECTURA. San Mateo, 13, 1-23. La siembra de la Palabra. Cristo es el sembrador único que siembra la semilla de la palabra. Aún más, Él mismo se hace semilla, grano de trigo, que cae en la tierra, que muere y produce mucho fruto (Cf. Jo. 12, 24)
Si queremos acoger la palabra, tenemos que acoger a
Cristo que es la Palabra. O sea, hemos de estar a la escucha de Cristo,
centralmente en el nuevo Testamento, bajo la guía de la Iglesia. El clima
propicio para escuchar la Palabra es la celebración de los Sacramentos,
eminentemente la Eucaristía, junto con la oración litúrgica y personal. La acogida de la Palabra. Cristo nos explica cómo se acoge la Palabra –cómo lo acogemos a Él mismo- por medio de la parábola del sembrador. Salió el sembrado a sembrar... Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, parte cayó en terreno pedregoso, parte entre zarzas. El resto cayó en tierra buena.
Hemos de esforzarnos en ser tierra buena. O
sea, acoger a Cristo por la fidelidad al don de la fe para que el Maligno
no robe lo sembrado. Ser constantes en el cultivo de la gracia para
perseverar con alegría en el conocimiento y amor de Cristo y no ceder ante
la menor dificultad. No dejarnos atrapar y condicionar por los bienes de
este mundo que pueden ahogar las exigencias de santidad. Entonces
escuchamos de verdad la Palabra, la acogemos, nos entregamos a sus
exigencias y producimos frutos abundantes: somos tierra buena. Invocación mariana. Madre de Dios y Madre nuestra: Tú has sido terreno privilegiado para acoger la semilla de la Palabra por obra del Espíritu Santo y hacerla fructificar en abundancia como Madre-Virgen, como Corredentora, como Medianera, Auxiliadora, Abogada... Madre: ayúdanos a ser tierra buena para acoger a Cristo, que es la Palabra, y fructifiquemos en abundancia con frutos de santidad.
|
||||
|
||||