Domingo 16º del Tiempo Ordinario

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 



 

DÉCIMO SEXTO DOMINGO – CICLO A.
                 
 

Con María seguimos meditando la vida de Cristo. Los pasos del Rosario nos ayudan a contemplar la Redención como un misterio de justicia, de amor y de misericordia.

La Liturgia de la Palabra es un canto al amor misericordioso y a la justicia de Dios.

 

PRIMERA LECTURA. Sabiduría 12, 13. 16-19.

Dios es justicia infinita.

La soberanía y el poder infinitos de Dios son el principio de su justicia y de su misericordia infinitas. Dios no puede proceder injustamente: da a cada uno lo suyo, según escoge libremente. Por eso, premia el bien con el cielo y castiga el mal con el infierno.
 

Dios administra la justicia con misericordia.

Dios quiere el perdón y la salvación para todos. Hace lo posible para perdonar y para salvarnos: Diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

Por eso, el Hijos de Dios, Dios como el Padre, se hizo hombre, nos predicó el Evangelio, murió en la Cruz “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, resucitó al tercer día, nos congregó en la Iglesia y nos ofrece los sacramentos.

Dios no quiere la condenación: no he venido para condenar al mundo, sino para salvar al mundo (Cf. Jo.12, 47). Dios quiere la salvación. Sólo el que persiste deliberada y voluntariamente en el pecado, se autoexcluye de la salvación. Y aún así, Dios castiga al pecador “citra condignum”, esto es, menos de lo que merece.
 

Invocación mariana.

María: Tú eres Madre de Dios, portadora de la Justicia que perdona y del Amor que salva. Concédenos recuperar en nuestra vida el sentido de la justicia para darle a Dios lo que debemos, y el sentido del amor para dejarnos empapar por la misericordia y hacerlo todo por amor.

 

SEGUNDA LECTURA. Romanos 8, 26-27.

Por lo tanto.

Vivamos en la esperanza de la salvación y de la ayuda que Dios nos ofrece, frente a las dificultades que nos asedian: ideologías falsas, hedonismos condicionantes, consumismos desordenados...
 

Contamos con el Espíritu Santo.

Viene en ayuda de nuestra debilidad e inconstancia y nos da la fortaleza de la voluntad para perseverar en el bien.

Intercede por nosotros con gemidos inefables porque no sabemos pedir lo que nos conviene. El Espíritu Santo nos alcanza los bienes de la salvación y de la santificación.

Nos aconseja interiormente para hacer en todo momento la voluntad del Padre y cumplir sus deseos. Esto es, a dar la medida que el Padre nos ha señalado en Cristo.
 

Invocación mariana.

Virgen del Rosario, Esposa del Espíritu Santo por tu fidelidad al plan de Dios desde la Encarnación hasta la Cruz y la Resurrección. Enséñanos cómo dejarnos conducir por la acción del Espíritu Santo que nos impulsa a configurarnos con Cristo para gloria del Padre-.

 

TERCERA LECTURA. San Mateo 13, 24-43.

No tengamos miedo.

La buena semilla ha sido sembrada en nuestras almas. No tengamos miedo. Seamos fieles al Espíritu Santo. El Señor nos librará aunque el enemigo siembre cizaña en nuestro campo. El Señor arrancará la cizaña y nos guardará para siempre. Seremos trigo almacenado en su granero, en su Iglesia que es el Reino de los Cielos.
 

Seremos como el grano de mostaza.

El grano de mostaza aunque es la más pequeña de las semillas se convierte en un arbusto alto que acoge a los pájaros.

El grano de mostaza es la semilla de la gracia sobrenatural que recibimos en el Bautismo. Hemos de hacerla crecer por los demás sacramentos, por la virtud, por la oración, por el sacrificio y por el amor a la Virgen.

El arbusto de la vida sobrenatural tendrá fuerza expansiva y atractiva con el testimonio de vida que ofreceremos.
 

Seremos como la levadura.

La levadura fermenta la masa. Si vivimos y perseveramos en la vida de la gracia transformaremos el mundo desde dentro, le daremos el sabor de Cristo. Daremos cumplimiento al principal deseo del Bto. Juan XIII al anunciar la convocatoria del Concilio Vaticano II: “la consagración del mundo”.

Consagramos el mundo cuando viviendo en gracia santificante hacemos presente a Dios en medio de las tareas temporales: el matrimonio, la familia, el estudio, el trabajo... los deberes del propio estado
 

Invocación mariana.

Señora del Rosario: tu alma excepcionalmente redimida, no conoció el riesgo de la cizaña por eso, la gracia creció en Ti de forma intensiva y extensiva con fuerza atractiva que nos atrae irresistiblemente hacia Cristo, tu Hijo.

Atráenos, Madre, por el camino de la fidelidad a la vida de la gracia. Rezamos el Rosario para que nos alcances la valentía y la fortaleza que necesitamos para confesar a tu Hijo en medio del mundo.

          



 

 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.