CUARESMA - Primer Domingo

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.


 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




 

PRIMER DOMINGO – CICLO A.

  

         Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma. Iniciamos una marcha espiritual hacia la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Es una llamada fuerte a la conversión y a la reconciliación con Dios, con la Iglesia y con los hermanos. Exige tomar conciencia del Sacramento del Bautismo que perdona el pecado original y nos hace hijos de Dios; de la Confesión que perdona el pecado individual y restaura la amistad divina; de la necesidad central de la Eucaristía que contiene el amor de Cristo hasta el extremo y es alimento indispensable del camino. Se ambienta en la oración más intensa como trato íntimo con Dios; en la ascesis que fortalece la voluntad; en la limosna como expresión de caridad fraterna...

         El rezo, meditación y contemplación de los misterios del Rosario, especialmente los dolosos, nos ayudan a  redescubrir el amor de Cristo que por nosotros se hace obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

 

PRIMERA LECTURA Gen.2, 7-9; 3, 1-7
 

          El plan originario de Dios es un plan de amor y de salvación. Dios ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Les ha infundido “un aliento de vida”: el alma inmortal. Los ha dotado de inteligencia y voluntad con capacidad de conocer el bien y el mal. Los ha adornado con la gracia sobrenatural: el don de la amistad. Los ha puesto en el centro de la creación y todo lo visible les ha sido sometido. Pueden usar de todo menos de los frutos del “árbol de la vida, en mitad del jardín”

           El hombre y la mujer deben responder obedeciendo amorosamente al Creador, pero responden consciente y libremente con el pecado de soberbia: ser “como Dios en el conocimiento del bien y el mal”. Aparece la figura del demonio que es el tentador, perturbando la armonía de la creación: ha seducido a Eva, y ésta a Adán que comen el fruto del árbol prohibido.

           Consecuentemente, se sienten desnudos, esto es, privados de Dios y de su amistad. Es el pecado original: se ha roto el orden de la gracia, de la amistad con Dios, de la salvación. Adán y Eva no tienen capacidad para restaurar el orden de la gracia porque el pecado tiene una dimensión infinita. Sólo Jesucristo podrá reparar el pecado y restaurar el orden de la gracia, resistiendo a la tentación del demonio y obedeciendo al Padre hasta la muerte en la cruz. 

           La Virgen María será la portadora de Cristo Redentor por designio del Padre en el amor del Espíritu Santo. Ella nos ofrece el conocimiento y amor de Cristo en la meditación del Rosario, y nos atrae irresistiblemente hacia nuestro Redentor.

           Ella nos pide abrirnos a Cristo y entregarnos a Él, a su perdón y a su gracia.
 

 

SEGUNDA LECTURA Rom.5, 12-19
 

           El pecado original es universal, alcanza a todos los hombres y se transmite por vía de generación. En Adán y Eva, padres de la humanidad, todos hemos pecado y necesitamos del perdón.

           Necesitamos de Cristo. Es el don del Padre que nos puede perdonar, que restaura la vida sobrenatural por la gracia, que nos introduce en la comunión trinitaria, que nos hace hijos adoptivos del Dios y herederos de la gloria. Por eso afirma San Pablo: “... no hay proporción entre la culpa y el don, si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.

     
Es el pecado original que rompe el orden sobrenatural. La solución no está al alcance del hombre y la mujer.                                                                                                                 

         La Virgen María nos conduce a la meditación de los misterios dolorosos de Cristo: su Pasión y muerte. Así como nuestra condena esta en la desobediencia de Adán, nuestra redención está en la obediencia de Cristo al Padre hasta la muerte por nosotros y por nuestra salvación.

 

TERCERA LECTURA Mt.4, 1-11
 

         Adán y Eva sucumben ante la tentación del demonio, Cristo sale vencedor.  Al mismo tiempo, Cristo nos marca el camino para superar las tentaciones que nos acechan.

         1ª “No sólo de pan vive el hombre” Cristo ha pasado cuarenta días dedicados a la oración, ayunando a pan y agua. El demonio quiere cerciorarse del poder taumatúrgico de Cristo: “Di que estas piedras se conviertan en pan”. Cristo responde estableciendo la primacía de los bienes del espíritu, esto es, “de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

         No podemos vivir condicionados por los bienes de este mundo. Venimos de Dios y a Él volvemos. Dios -su palabra, su voluntad-  ha de ocupar el primer lugar en nuestra vida. Es el punto de referencia para el uso de los bienes temporales subordinados al querer de Dios y, por lo tanto, a nuestra salvación eterna.

         2ª "No tentarás al Señor tu Dios" Es el centro de las tentaciones a Cristo. El demonio quiere saber si Cristo es verdaderamente el Hijo de Dios: lánzate desde el alero del templo y los ángeles vendrán en tu ayuda. La respuesta de Jesús es firme: “No tentarás al Señor, tu Dios”

         No tentemos al Señor, nuestro Dios con nuestra presunción, confiando en nuestras propias fuerza. Vivamos en gracia de Dios, no nos apoyemos en las fuerzas humanas, seamos humildes, y entonces no tengamos miedo.  

         3ª "Al señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto” El demonio quiere saber si Cristo viene a establecer un reinado temporal: te daré todos los bienes de este mundo... “si te postras y me adoras” El  triunfo de Cristo es rotundo: “Vete Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto”.

          

 Nosotros hemos de escoger entre el reino temporal de este mundo y el reino eterno, entre el pecado y la gracia... imitando la valentía de Cristo.

 

INVOCACIÓN MARIANA:

         Santa María, Madre de Dios, danos la fortaleza de la gracia por medio de la oración del Rosario para vivir libres de los condicionamientos de los bienes de este mundo, para no apoyarnos en nuestras fuerzas y cualidades humana, para optar definitivamente por Cristo en la Iglesia.

        

        




 

 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.