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Domingo 29º del Tiempo Ordinario - CICLO A - Autor:
Fr. Carlos Lledó López O.P. |
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Guía didáctica
apropiada para
DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO
– CICLO A. Con la Virgen María, meditamos los misterios del Rosario que nos ayudan a profundizar en el conocimiento y amor de Jesucristo, el Ungido del Padre como nuestro Redentor. Igualmente, aprendemos a caminar con Cristo, fieles a la voluntad del Padre.
PRIMERA LECTURA. Isaías, 45, 1. 4-6. Ciro, el ungido del Señor. Dios quiere perdonar a su pueblo que sufre el destierro como castigo al pecado. El instrumento de salvación es Ciro, ungido por el Señor y conducido por su mano. Ciro doblegará a las naciones, destronará a los reyes, abrirá las puertas de las ciudades...
Se manifestará la soberanía y el poder del Dios
verdadero.: Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí no hay dios... que sepan de Oriente a Occidente que no hay
otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro. Ciro, figura profética.
Ciro es figura profética de Cristo. Cristo será el
Ungido del Padre, conducido por el Espíritu. En Cristo estará la plenitud
de la salvación porque será el Redentor que nos libera del pecado y de la
condenación. En Cristo se manifestará la gloria del Dios único y verdadero
que vence definitivamente al mal. Invocación mariana. Madre del Redentor y Madre de los redimidos: que se manifieste el poder salvífico de Cristo sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros, que todos los hombres reconozcan al Dios verdadero y reconozcan su Realeza universal.
SEGUNDA LECTURA. Primera Tesalonicenses, 1, 1-5b. Vivir en Cristo Jesús. Los redimidos por Cristo hemos de vivir en Él con una fe activa, una esperanza gozosa y un amor entregado. Una fe activa por la vitalidad de la gracia que nos permite adherirnos a Cristo en la Iglesia. Una esperanza gozosa que nos permite caminar mirando al cielo, apoyados en el poder y en misericordia de Dios. Un amor entregado a Dios y al prójimo como lo más importante (Cf. Mt. 22, 36-40).Como elegidos de Dios. Somos los amados de Dios. Él nos ha elegido en Cristo para que seamos santos con la fuerza del Espíritu Santo.
Para esto nos ha redimido Cristo: para liberarnos
del pecado, para hacernos partícipes de su vida por la gracia, para que
seamos santos. Éste ha de ser nuestro empeño: la santidad. Invocación mariana. Madre del Redentor y Madre de los redimidos: enséñanos a vivir firmemente adheridos a Cristo por la fe; apoyados en Él por la esperanza y entregados a Él por el amor. Que revestidos de la gracia de tu Hijo, como amados de Dios, seamos santos.
TERCERA LECTURA. San Mateo, 22, 15-21. La obediencia, camino hacia Dios.
El camino en Cristo hacia la meta, es la obediencia.
Los fariseos realizan una pregunta comprometida a Jesús: Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la
verdad... Dinos, pues, qué opinas:¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Jesucristo los confunde con la respuesta: hay que obedecer dando al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Esto es, hay que
obedecer a Dios Creador y Redentor. Respetar el orden natural. Dad al César lo que es del César. Tiene un sentido figurativo. Hay que respetar la Ley natural, esto es, el orden establecido por Dios y el fin que asigna a la creación.
La autoridad legítima ha de ser respetada porque se
deriva del orden establecido por Dios en la sociedad humana. Respetar el orden sobrenatural. Dad a Dios lo que es de Dios. Los redimidos tenemos que dar a Dios el culto debido. Esto supone: vivir orientados hacia Dios perseverando en la gracia santificante y dando testimonio valiente de nuestra fe en medio del mundo, portadores y sembradores de amor, de verdad, de justicia, de paz...
El buen cristiano será un buen ciudadano que sabrá
dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Invocación mariana. Dios te salve María: porque eres la llena de gracia, eres modelo de obediencia a las leyes humanas y a la voluntad de Dios. Enséñanos a vivir y a perseverar en la gracia santificantes para ser respetuosos con los legítimos gobernantes, acatando las leyes justas, y obedecer a Dios con la ofrenda de nuestra vida.
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