Domingo 2º del Tiempo Ordinario

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




 

SEGUNDO DOMINGO – CICLO A.

 

         Iniciamos el recorrido de los Domingos durante el año, correspondiente al Ciclo A. Nos disponemos a meditar la vida de Cristo en la “Escuela de María”  siguiendo los misterios luminosos del Rosario.

 

PRIMERA LECTURA Is.49, 3. 5-6. Anuncio profético de Jesucristo.
 

         Jesucristo será el Siervo de Dios por su entrega de amor victimal, obediente hasta la muerte de cruz.

         Será el Portador de la paz porque reunirá a su Pueblo en una sola fe, esperanza y caridad. En un sólo Dios verdadero que perdonará y salvará.

         Será Luz de las naciones, marcando el camino de la salvación con el testimonio de su vida y la enseñanza del Evangelio, convocando a  los pueblos, hombres y mujeres, de toda raza y nación para formar la familia de los hijos de Dios.

         Tendrá la fuerza del Espíritu Santo. Por eso, se hará visible el Espíritu Santo sobre Él y se oirá la voz del Padre: "Y vino una voz del cielo que decía (repetía): Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto".


         Que la Virgen del Rosario nos enseñe a identificarnos con Cristo en su entrega al Padre, a ser portadores de la verdadera paz, a ser luz que ilumine el mundo, a dejarnos guiar por la fuerza del Espíritu Santo.       

 

SEGUNDA LECTURA 1ª Cor.1, 1-3. Que Jesucristo esté siempre con nosotros.  
 

         Como nos desea San Pablo: "la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros”, con nosotros.

         Somos “los consagrados por Jesucristo”, formamos el “pueblo santo”. Esto es, participamos de la plenitud de gracia que hay en Jesucristo, de su vida, de su santidad, por el sacramento del Bautismo. Dios está en nosotros, y nosotros en Dios. Entramos en comunión con su vida divina. Por eso, somos los consagrados.

         Formamos un Pueblo santo porque somos los redimidos: purificados y bañados en la sangre de Cristo.

         María, excepcionalmente consagrada, nos enseña a vivir fieles a la gracia divina como consagrados, llamados a la santidad.

 

TERCERA LECTURA Jo.1, 29-34
 

         El evangelista S. Juan refuerza nuestra fe porque nos da testimonio  directo de la presencia histórica de Cristo, del Emmanuel, con las palabras del Bautista: "Éste (que estáis viendo) es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Sí, creemos en la primera venida de Cristo como Cordero que ha de inmolarse por nuestros pecados.

         Nos presenta al Cordero de Dios. La imagen del cordero es signo de la disponibilidad de Cristo para el sacrificio como Cordero pascual que será inmolado en la Cruz. No será sangre de animal, será el cuerpo entregado y la sangre derramada de Cristo. Se consuma con su muerte: es el "Cordero degollado" (Apoc.5, 6).

         La oblación de Cristo se renueva incruentamente en la Eucaristía donde se nos dice: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado el mundo..." Jesucristo es el Cordero de Dios que borra el pecado del mundo con su reparación infinita.


         En “escuela de María” aprendemos cómo acoger a Cristo. Los misterios del Rosario nos ayudan a recordar y a meditar la infancia, vida pública, pasión, muerte y resurrección de Cristo que nos santifica y nos salva. Nos ayudan a conocer, amar e imitar a Cristo. 

 
       Consecuentemente, a vivir en la Iglesia que nos reúne como familia de Dios y nos ofrece los medios para vivir como hijos y como hermanos.

 
 


 


 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.