Domingo 30º del Tiempo Ordinario

- CICLO B -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 


 

 DOMINGO TRIGÉSIMO – CICLO B
                 
  

La Virgen es Madre de la verdadera alegría porque nos ofrece las claves para vivir en Cristo y profundizar en su conocimiento, amor e imitación en el rezo meditado y en la contemplación de los misterios del Rosario.

 

PRIMERA LECTURA. Jeremías 31, 7-9.

Gritad de alegría.

El Profeta Jeremías nos invitar a gritar de alegría, a vivir gozosos proclamando y alabando al Señor. Dios salva a su pueblo, al resto de Israel. Dios retoma a sus hijos, una gran multitud. Los trae de los confines de la tierra. No importan su orígenes, ni su situación social, ni la enfermedad... Dios los consolará: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.
 

Anuncio profético.

La palabra del Profeta es anuncio profético del Redentor. Ve tan próxima la liberación del pueblo que grita de alegría y lo anuncia como ya realizado.

Será Cristo, revelación del amor del Padre, el que nos retoma como hijos desde los confines de la tierra, nos libera del mal, nos consuela, nos da de beber el agua de la salvación y nos conduce por el camino seguro. Nuestro Padre Dios nos ama en Cristo.
 

Invocación mariana.

Santa María, Madre de la alegría, enséñanos cómo abrir nuestros corazones al amor del Padre que nos ha sido revelado en Jesucristo, cómo abrirnos a la gracia que Cristo nos ofrece, cómo alabar y dar gracias a Dios, cómo ser testigos de la verdadera alegría.

 

SEGUNDA LECTURA. Hebreos 5,1-6

Cristo, origen de nuestra alegría.

Cristo es el origen y la causa de la verdadera alegría porque es el Sumo Sacerdote, esto es, el Mediador que nos ofrece la redención y la gracia y la Víctima que puede reparar la dimensión infinita de nuestro pecado.

Cristo asume nuestras debilidades, menos el pecado, para comprendernos desde dentro. Nos ofrece la ciencia verdadera frente a nuestra ignorancia. Nos ofrece el camino verdadero frente a nuestro extravío.

Cristo nos perdona, nos salva, nos ofrece su gracia y la paz interior, por eso, estamos alegres y proclamamos nuestra alegría.
 

Invocación mariana.

María: eres Madre de la alegría porque nos traes a Cristo y nos conduces a Él. Abre nuestro corazón para que sepamos acoger a Cristo y caminar hacia Él.

 

TERCERA LECTURA. San Marcos 10, 46-52.

La alegría del ciego.

El ciego Bartimeo logra acercarse a Cristo y encuentra la verdadera alegría porque recobra la vista del alma y del cuerpo y se incorpora como discípulo de Jesús: Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y los seguía.
 

La oración del ciego.

El ciego pedía limosna al borde del camino. Al sentir el paso de Jesús, grita con insistencia: "Hijo, de David, ten compasión de mi".

Jesús pide que le acerquen el ciego y le pregunta con ternura: ¿qué, quieres que haga por ti? El ciego responde: Maestro, que pueda ver. Jesús causa la alegría al ciego porque recibe el don de la fe y la curación de la ceguera.

El ciego ve la maravilla del mundo creado por Dios y descubre por la fe a Cristo Redentor. La alegría del ciego es total.
 


 

El valor del milagro.

La restitución de la vista es un signo, como todos los milagros de Cristo, para abrir la vista del corazón de sus oyentes. Los milagros son pruebas de su Divinidad que nos ayudan a creer en Cristo, Redentor.

Cristo nos da la vista: tenemos la alegría de creer que Él es el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación, que ha cambiado nuestra suerte de pecadores en hijos adoptivos de Dios, que nos ha conducido de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia.

Tenemos la alegría de creer que Cristo es la donación del amor misericordioso del Padre que busca nuestra salvación (Cf. Jo. 3, 16).
 

Invocación mariana.

Madre de la alegría porque eres la Madre de Dios y, consecuentemente, llena de gracia, enséñanos a vivir alegres porque Cristo es nuestro Redentor que nos hace el don de la gracia, causa inmediata de la verdadera alegría. Enséñanos, Madre, a dar gracias al Padre en un mismo Espíritu: gracias, Señor, por la alegría de tu presencia en nuestra almas por la gracia y por tu presencia sacramental en la Eucaristía.. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres (Cf. Sa. 125, 3).

        
 





 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.