TERCER DOMINGO
Ciclo B
Meditamos el primer misterio glorioso del
Rosario con María. La clave de nuestra fe está en la Resurrección de Cristo.
Hemos de ser valientes para predicar a Cristo con el testimonio de vida y
con la palabra.
PRIMERA LECTURA. Hechos de los
Apóstoles, 3, 13-15. 17-18.
La fuerza que se deriva de la Resurrección de
Cristo.
La valentía para predicar a Cristo. Los
Apóstoles proclaman a los israelitas que han realizado el milagro de hacer
andar a un cojo en el nombre de Jesús resucitado al que vosotros
entregasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al
santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de
la vida; pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos
testigos.
La valentía para predicar el perdón de los
pecados y llamar a la conversión. San Pedro reconoce que los
israelitas han matado a Cristo por ignorancia, pero que de esta manera Dios
cumplió sus designios de salvación. Por tanto, arrepentíos y convertíos,
para que se borren vuestros pecados.
Nuestra actitud.
Nosotros hemos de ser sinceros para reconocer
que nuestros pecados han causado la muerte de Cristo. Hemos de ser humildes
para reconocer nuestro pecado y pedir perdón. Hemos de ser valientes para
confesar que Cristo ha resucitado.
Invocación mariana.
Madre de Cristo resucitado: Tú eres la Virgen
valiente junto a tu Hijo clavado en la Cruz y como testigo excepcional de su
Resurrección. Enséñanos a ser testigos de la Resurrección de tu Hijo con
valentía ante el mundo.

SEGUNDA LECTURA. Primera carta de San
Juan, 2, 1-5ª.
El triunfo del amor.
El amor de Cristo triunfa sobre nuestro
pecado. Nos perdona con su muerte y resurrección y sigue intercediendo por
nosotros ante el Padre. Jesucristo es víctima de propiciación por nuestros
pecado, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero y es
nuestro Abogado ante el Padre.
Nuestra respuesta.
Nuestra respuesta ha de ser de amor. Hacer la
voluntad de Dios y guardar sus mandamientos por amor. No podemos decir que
conocemos y amamos a Dios si no cumplimos sus mandamientos: Quien dice: Yo
le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está
en él.
Invocación mariana.
Madre del Amor porque eres la Madre de Dios:
todo lo hiciste por amor desde la Encarnación hasta el Calvario, la
Resurrección y la Ascensión,
Enséñanos a hacer de nuestra vida una
respuesta de amor. Que el amor a Dios dé sentido a nuestra vida, mueva
nuestra obras y nos acompañe siempre.

TERCERA LECTURA. San Lucas 24, 35-48.
No tengamos miedo.
No tengamos miedo. Cristo está en medio de nosotros y
nos dice como a sus discípulos: Paz a vosotros.
Cristo está en medio de nosotros porque ha resucitado.
Podemos ver y palpar las llagas de sus manos, de sus pies y de su costado.
No es un fantasma. Es una realidad: Mirad mis manos y mis pies: soy yo en
persona. Palpadme y daos cuenta de que los fantasma no tiene carne y hueso,
como veis que yo tengo. Y comparte la comida con los discípulos.
Se han cumplido las Escrituras: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará
la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos comenzando por
Jerusalén.
Cristo sigue presente entre nosotros.
Cristo resucitado sigue estando presente entre
nosotros en la Eucaristía. Está presente su cuerpo, su sangre, su alma, su
divinidad, su Persona divina. Lo contemplamos realmente presente bajo las
especies sacramentales.
Por la Eucaristía comunión Cristo está en nosotros, y nosotros en Él: El que
come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él (Cf. Jo. 6, 56).
Cristo sigue estando presente en el alma por la gracia santificante: En
aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en
vosotros (Cf. Jo.14, 20).
Cristo
sigue estando presente, en medio de nosotros, allí donde hay dos o más
reunidos en su nombre, esto es, en la familia, en la comunidad... (Cf. Mt.18,
20).

Invocación mariana.
Madre
de Dios y Madre nuestra: Tú contemplas a Cristo resucitado, y gozas de su
presencia en plenitud porque eres la llena de gracia. Enséñanos a vivir el
gozo de la presencia de Cristo resucitado, a contemplarlo en fe realmente
presente en la Eucaristía, a tenerlo en el alma por el don de la gracia y en
medio de nosotros porque estamos reunidos en su nombre.
|