CUARESMA - Cuarto Domingo

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.


 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




 

CUARTO DOMINGO – CICLO A.

 
      

         Con María, Madre del Rosario,  meditamos sobre nuestra elección  en Cristo que nos libera de las tinieblas del pecado, nos convierte en hijos de la Luz y nos exige un comportamiento nuevo.

 

PRIMERA LECTURA. Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13ª

         Dios manda a Samuel que vaya a Jesé de Belén, para ungir al nuevo rey. Es la historia de una vocación: la elección y consagración de David como rey.

         Los criterios de Dios para elegir al rey rompen las expectativas humanas. No cuentan los criterios humanos, las apariencias,  la fortaleza,  la estatura... La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. Por eso, son desechados Eliab y los siete hijos de Jesé.

         Falta el más pequeño, que está guardando el ganado.  Éste es el elegido  por Dios: Levántate y úngelo, porque éste es. Tomó Samuel el cuerno de aceite  y lo ungió en medio de sus hermanos. Y en David, el más débil, brillará admirablemente la fuerza del Señor.

         La consagración de David es figura de la consagración eterna de Cristo por el Padre en el Espíritu Santo. Cristo será ungido sumo y eterno Sacerdote en la debilidad humana, en la pobreza, en la pequeñez; no en el poderío humano. La fuerza de Dios brillará en la debilidad y pobreza de la Cruz.
 

         Nosotros seremos llamados a participar de la consagración de Cristo en los bienes sobrenaturales de la gracia y la santidad, no en los bienes, riquezas y poderío de este mundo.

         Madre y Señora del Rosario: enséñanos a vivir según los criterios de la fe, no según los criterios de este mundo; a ser sencillos de corazón, pobres y humildes  para ser consagrados en Cristo.

        

SEGUNDA LECTURA  Efesios, 5, 8-14

         Los elegidos en Cristo somos hijos de la luz, no de las tinieblas. Por lo tanto, hemos de vivir como hijos de la luz tratando de agradar al Señor en todo sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas.

         Hemos de realizar abiertamente las obras de la luz en nuestro comportamiento: la bondad, la justicia, la verdad... poniendo así en evidencia las obras del mal que se realizan a escondidas. De esta manera la luz vence a las tinieblas, el bien al mal, la gracia al pecado.

          Señora del Rosario, Madre de la Luz: enséñanos a ser y actuar como hijos de la luz, a ser fuertes frente a las dudas y dificultades, a vencer al mal a base de bien.

  

TERCERA LECTURA  San Juan, 9, 1-49 

         El milagro del ciego de nacimiento nos habla de las tinieblas de la ceguera,  y de la luz con la recuperación de la vista. Nos ayuda a meditar sobre las tinieblas de la ceguera del alma por el pecado y la recuperación de la luz por el don de la fe en Cristo que es la Luz.

         El ciego de nacimiento vive en tiniebla física porque no ve, y en tiniebla espiritual porque no conoce a  Jesucristo. Nadie tiene la culpa de la ceguera de este hombre: ni él, ni sus padres. La curación del ciego  ha de servir para manifestar las obras de Dios.    

         El ciego se acerca a Jesús con docilidad, humildad y pobreza. Se deja guiar por Jesucristo para recuperar la vista. Jesús escupió en la tierra, hizo barro con  la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé. Él fue, se lavó, y volvió con vista. El ciego recupera la vista física, la luz.
 

         El ciego dócil, humilde y pobre que ha recobrado la vista, inicia un camino difícil al encuentro de la luz espiritual. La gente no entiende, le hace preguntas y él relata repetidamente lo sucedido.

         Destaca la postura soberbia de los fariseos que interrogan repetidamente al ciego y a sus padres.  No aceptan el testimonio del ciego, ni los milagros que son signos de la luz que es Jesús y lo expulsan del templo.

          Jesucristo, que es la Luz, premia la valentía del ciego con el don de la fe que es la luz sobrenatural. Jesús se encuentra al ciego y le dice: ¿Crees tú en el hijo del Hombre?.  Él  contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?  Jesús  le dijo: Lo estás viendo: el que está hablando ése es. Él dijo: Creo, Señor. Y  se postró ante él".

 

INVOCACIÓN MARIANA: 

          Madre y Señora del Rosario: ayúdanos a salir humildemente al encuentro de Jesús. Estamos ciegos en el corazón. Necesitamos docilidad y pobreza para aceptar las orientaciones de Jesús, para reconocerlo como Dios, para reencontrar la luz,  y postrarnos en adoración. Madre: danos la Luz, danos a Cristo.

 




 

 

 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.