CUARESMA - Quinto Domingo

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.


 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




 

QUINTO DOMINGO – CICLO A.

 
      

           Con la Virgen María contemplamos a Cristo en los misterios dolorosos del Rosario. Nos vamos acercando a la celebración central de los misterios pascuales: la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

 

PRIMERA LECTURA Ezequiel, 37, 12-14.
 

           El oráculo del profeta anuncia la vida y la salvación. El pueblo vive en las tinieblas y en la muerte porque experimente la ausencia de Dios y su lejanía por el pecado y el destierro. Tiene necesidad de Dios y de llegar a la tierra prometida.

"Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel".

Es el anuncio de la vida sobre la muerte, de la patria definitiva sobre el destierro de este mundo. Es el anuncio de Cristo Redentor y del Espíritu Santo: ese día, sabréis que yo soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis: os colocaré en vuestra tierra, y sabréis, que yo el Señor lo digo y lo hago.
 

Nosotros, los redimidos, proclamamos el cumplimiento de las profecías. Que el Hijo se hace hombre, según el designio del Padre, por obra del Espíritu Santo. Que Cristo nos libera de la muerte del pecado, nos congrega en la Iglesia peregrina y nos orienta hacia la Patria definitiva. Que Cristo nos infunde su Espíritu para que nos santifiquemos y seamos sus testigos ante el mundo.

          Para ello se nos pide una vida santa, dejando el pecado y perseverando en la  gracia por los sacramentos, la oración, la virtud, el sacrificio, consagrados a la Virgen Madre, también con el rezo del Rosario.

         Entonces seremos valientes con la osadía de los santos y seremos instrumentos de auténtica renovación cristiana. ¡Contamos con la fuerza del Espíritu Santo!

 

SEGUNDA LECTURA Romanos, 8, 8-11.
 

Se comprende la exhortación del apóstol San Pablo: El Espíritu de Dios habita en vosotros. Estamos llamados a la vida, no a la muerte; a vivir según el espíritu, no según la carne.

El Espíritu Santo habita en nosotros por el sacramento del Bautismo, y nos fortalece por el sacramento de la Confimaci6n. El Bautismo y la Confirmación están en el origen de la vocación y misión del fiel cristiano. Son el fundamento de la vida y el apostolado en la Iglesia.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de­ la vida en el espíritu (vitae spiritualis ianua) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (C.E.C. 1213).

            Sigue diciendo el Catecismo: La Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal: nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir Abbá, Padre (Rom. 8,15); nos une más firmemente a Cristo; aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo; hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11); nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe me­diante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz. (C.E.C. 1303)

        El Bautismo causa en nosotros la vida del Espíritu Santo. La Confirmación nos confiere fortaleza y valentía en el mismo Espíritu. El Espíritu Santo nos incorpora al Cuerpo Místico de Cristo por el Bautismo. Por la potencia del mismo Espíritu, en la Confirmación, llegamos a ser testigos valientes de Jesús.               

Madre de Dios y Madre nuestra, Señora del Rosario: necesitamos que nos obtenga la gracia de ser fieles a la presencia y acción del Espíritu Santo, para vivir según el mismo Espíritu, en tensión de santidad, llenos de vitalidad creciente, para un renovado y decidi­do compromiso apostólico.

 

TERCERA LECTURA Juan, 11, 1-45.
 

           San Juan narra el milagro de la resurrección de Lázaro. El Papa nos invita a meditar sobre el significado del milagro: Jesús realiza un signo. Resucita a Lázaro. Le ordena salir del sepulcro mostrando a los circunstantes el poder de Dios sobre la muerte: la resurrección de Betania es un definitivo preanuncio del misterio pascual, de la resurrección de Jesús, de paso, a través de la muerte, hacia la vida que ya no se acaba: quien cree en mí, aunque muera vivirá.

Nosotros, por la fuerza del Espíritu Santo, participamos de la muerte y de la resurrección de Cristo. Estamos llamados a ser partícipes de su vida para siempre en el Cielo, nuestra morada definitiva.
 

Mientras tanto, somos peregrinos en fe, esperanza y caridad. Creemos que Cristo es "el Mesías, el Hijo de Dios" que ha venido al mundo y la fe es fuente de vida eterna. Somos peregrinos en esperanza porque nos apoyamos en el poder y en la gracia de Dios que nos ha de salvar. Somos peregrinos del amor hacia la plenitud de la Iglesia celeste y el amor que Dios nos tiene es más fuerte que la muerte.

Consecuentemente, nos sentimos urgidos a pensar en la salvación de los hombres que no conocen a Cristo. Son millones los que no han recibido la luz de la fe, el apoyo de la esperanza y la entrega de la caridad.­

           Nosotros, peregrinos hacia la plenitud de la vida,  renovamos nuestra consagración-esclavitud a la Virgen: "Soy totalmente tuyo, Reina mía, Madre mía y todas mis cosas tuyas son. Sé tu mi guía en todo". Que Ella nos obtenga las gracias que necesitamos para ser fieles a nuestra vocación cristiana y al compromiso apostólico que comporta.

         

         




 

 

 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.