Domingo 5º del Tiempo Ordinario

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




 

QUINTO DOMINGO – CICLO A
                 

 

Con la Virgen María, meditamos sobre la identidad del creyente, sobre el misterio que lo alimenta y sobre las virtualidades que contiene.

Los misterios luminosos del Rosario nos centran en el conocimiento, amor e imitación de la vida de Cristo, causa ejemplar de nuestro comportamiento cristiano.

 

PRIMERA LECTURA Is.58, 7-10
 

La carta de identidad  del  cristiano es el amor fraterno. Si tenemos caridad, somos reconocidos como discípulos de Cristo ( Cf. Jo.13, 35).           

Así lo anuncia proféticamente Isaías (58,7-10): "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne". Esto es posible cuando nos liberamos del pecado de la soberbia. del egoísmo, de la palabra dura y maledicente.

El que se esfuerza en tener caridad y liberarse de lo que se opone a ella, manifiesta que es portador de la "luz" y comienza a brillar como la aurora que se abre paso "en las tinieblas" y convierte 1a “oscuridad”  en “mediodía”.

El Profeta al hablar de la luz está prefigurando a Cristo. Así lo confirma  el mismo Jesús: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas. sino que tendrá la luz de la vida (Jo.8,12). O sea, para producir frutos de  amor y caridad...esto es, de buenas obras, hay que ser portador la luz, y la luz es Cristo.      

Necesitamos del conocimiento y del amor de Cristo, de su doctrina y de su vida, para dar testimonio luminoso del verdadero amor en medio del mundo. Conocimiento, amor e imitación que aprendemos y asimilamos en la meditación de los misterios del Rosario.

 

SEGUNDA LECTURA 1ª Co. 2, 1-5
 

El auténtico comportamiento cristiano se apoya en Jesucristo como el obrar en el ser. No se apoya en nuestras cualidades ni en nuestras fuerzas que son pobres y  débiles. Sólo podemos gloriarnos en Jesucristo crucificado. Ésta es la enseñanza que nos transmite el Apóstol San Pablo.

Nos dice el Papa a este propósito: “De esta verdad tuvo plena conciencia San Pablo, quien escribe a los Corintios refiriéndose a si mismo, a su debilidad y al temor que le acompaña siempre que ha de dar testimonio de Cristo ante los hombres. Por eso confiesa: Nunca  me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado... para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. El Apóstol es para nosotros un modelo de cómo alcanzar esta luz que hay en Cristo -la luz que es Cristo- y de cómo transferirla a los demás, de cómo transmitirla. San Pablo conocía muy bien la debilidad del comportamiento humano hasta que interiormente se abrió a la luz de la gracia de Cristo, se dejó poseer por ella y estuvo en condiciones de ser instrumento de luz en medio de los gentiles. El conocimiento y el amor de “Jesucristo, y éste crucificado" será el fundamento de su vida y de su obrar”.

 

 

TERCERA  LECTURA  Mt. 5, 13-16
 

”Vosotros sois la luz del mundo... Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Se trata de dar cumplimiento a la palabra del Evangelio. Necesitamos abrirnos a la posesión de la luz interior, que es Cristo, para poder iluminar con obras de amor y caridad, de justicia y de paz.

Así nos lo explica el Papa: "En efecto, Cristo quiere precisamente esto de nosotros, cuando dice vosotros sois la luz del mundo. Y añade: No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa”.

Por lo tanto, poseer la vida de Cristo es clave para el auténtico comportamiento cristiano en medio del mundo. Jesús recalca la misma enseñanza cuando dice: Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Para poseer la vida de Cristo y ser portadores de la luz que ilumina es necesaria la conversión: dejar personalmente la tiniebla del pecado para dar paso a la luz de la gracia. Dejamos la tiniebla del pecado cuando nos acercamos individualmente al sacramento de la Penitencia -con frecuencia- para recibir el perdón, recuperar la gracia sobrenatural y fortalecer la debilidad de la voluntad. Entonces hemos recuperado la luz que es Cristo, y estamos en condiciones de transmitirla a los demás.

Para que la luz tenga la virtualidad de iluminar ha de ser alimentada, hay que atizarla. El cristiano alimenta la vida de la gracia por la Eucaristía. Por eso, liberado del pecado mortal, el cristiano necesita de la participación frecuente de la Eucaristía, del alimento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, de la adoración ante el Tabernáculo. 

De esta manera, podemos ser luz en medio del mundo y sal de la tierra. O sea, somos capaces de dar testimonio de nuestra fe y de penetrar el mundo con el sabor de Cristo.

Consecuentemente, los bautizados comprometidos en un empeño de santidad, se hacen luz del mundo y sal de la tierra, practicando las obras de caridad y misericordia, compartiendo los bienes espirituales y temporales con los pobres, con los enfermos, con los marginados...son “constructores de la nueva civilización en la verdad y el amor".

Con el Rosario en el corazón, en los labios y en las manos decimos: Madre de Dios y Madre nuestra, Señora del Rosario: que Cristo sea siempre en nosotros la luz que hace nacer el testimonio de la fe y de las buenas obras. Enséñanos a ser testigos de Cristo, a ser luz y sal de la tierra, para que los todos hombres den gloria al Padre en un mismo Espíritu.


 


 

 

 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.