SOLEMNIDAD
Santa María, Madre de Dios


Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.


 
 



MEDITACIÓN
 

 

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 

         En la Octava de Navidad, veneramos a la Virgen María como Madre de Dios. La Maternidad divina es Dogma de fe que la Iglesia celebra gozosamente desde los primeros siglos (Éfeso, 431).    

        Celebramos también la Jornada Mundial de la Paz. La Virgen Madre nos ofrece la paz al mostrarnos a Jesús. Abrir nuestros corazones a Jesús, es abrirlos a la paz.

 

PRIMERA LECTURA. Num.6, 22-27
 

         El Señor nos bendice al comienzo del nuevo Año: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostros sobre ti y te conceda la paz".

         La causa de la paz es Dios porque es Amor, y el amor es el origen de la paz. Sólo el que posee a Dios puede ser agente efectivo de la paz porque posee el amor.

         La paz nos es sólo ausencia de guerras. La paz supone: respeto auténtico a la dignidad y derechos de la persona humana; superar las situaciones de desigualdad social, de zonas de miseria, de explotación de los débiles...

         Pedimos insistentemente el don de la paz. También hemos de esforzarnos en ser agentes responsables de paz: en nosotros mismos; en nuestros ambientes familiares, sociales, políticos, económicos... en las relaciones nacionales e internacionales...

 

SEGUNDA LECTURA. Gal.4, 4-7.
 

         San Pablo nos sitúa en el momento culminante de la historia: "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo". Dios nos bendice en el Hijo.

         Se cumple el tiempo del amor y la misericordia. Dios Padre envía a su Hijo, nacido de mujer-virgen, de María, por obra del Espíritu Santo.

 

             

 

         Cristo causa la paz porque nos libera del pecado, nos concede la gracia y el amor, nos convierte en hijos adoptivos por la fuerza del Espíritu, y herederos del Reino "por voluntad de Dios".

         La vida de Cristo, su doctrina y su gracia, son las fuentes de la paz que los hombres y los pueblos necesitamos.

         En Cristo, somos hijos adoptivos de Dios, animados por un mismo Espíritu. En Cristo, estamos llamados a formar la gran familia de los hijos de Dios. En Cristo, el hombre, por la gracia, alcanza la verdadera dignidad. En Cristo se construye la paz de los hombres, de las familias y de los pueblos. En Cristo, deseamos ser instrumentos de amor y de paz.

                                                           

TERCERA LECTURA. Lc.2, 16-21
 

         Imitando a los pastores, salgamos al encuentro de Cristo movidos por el mensaje del Ángel y  por la alabanza que tributa  a Dios "una multitud del ejército celestial"  y por la luz que los envuelve.

         "Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre". Encontramos a Jesús entre los brazos de María bajo la fiel tutela de San José.

         María es la Madre de Dios, y consecuentemente, nuestra Madre espiritual. Por eso, nos ofrece el  misterio de la Redención y el participar de la vida de Cristo por la gracia.

         San José, verdadero esposo de la Virgen María y padre tutelar de Jesucristo, nos enseña cómo proteger y defender la vida de la gracia en nosotros.

         El Niño Jesús es el Hijo de Dios Padre, Dios como el Padre. Dios con nosotros. Por eso, nos postramos ante el misterio, lo adoramos y le hacemos la ofrenda de nuestras vidas.

         "Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído". Nosotros volvamos a nuestras casas, a nuestros trabajos... dando gloria y alabanza a Dios porque la fe nos permite ver y oír las maravillas del Amor misericordioso de Dios.

         "Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón". Conservemos en nuestro corazón las maravillas del amor del Padre, manifestado en Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. Nos proponemos hacer de nuestras vida una respuesta de amor y de paz.

         Conservemos en nuestro corazón que María es Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Que es nuestra Madre. Ella no se cansa de velar e interceder por sus hijos. A Ella nos confiamos. Le consagramos el nuevo año y le suplicamos que nos obtenga el don del amor y de la paz.




 

      


 

 
 


             Autor: Fr. Carlos Lledó López, O.P.