PENTECOSTÉS
Ciclo C

Solemnidad


 


 


Solemnidad de Pentecostés

Ciclo C

 

Celebramos el tercer misterio glorioso del Rosario: la venida del Espíritu Santo. La Solemnidad de Pentecostés nos introduce en el Cenáculo. El Espíritu Santo se ha ido manifestando progresivamente: el don de la Eucaristía, del Sacerdocio y de la Penitencia; las apariciones de Cristo resucitado y la venida expresa del Espíritu Santo.

 

PRIMERA LECTURA Hechos 2, 1-11.

La venida del Espíritu Santo.

Los Hechos de los Apóstoles narran la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Le precede un viento recio que resonó en toda la casa. Es la señal bíblica del paso de Dios. Le acompañan unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Y se llenaron todos del Espíritu Santo.
 

Comienza la actividad apostólica de la Iglesia.

La venida del Espíritu Santo marca el comienzo de la actividad apostólica de la Iglesia. Los apóstoles se llenaron todos de Espíritu Santo y comenzaron a predicar a gentes de todas las naciones, razas y creencias. Es la expresión de la universalidad. Los apóstoles predican las maravillas de Dios que habían escuchado al Maestro. Sencillamente predicaban el Evangelio. Desde entonces, la Iglesia no cesa de predicar el Evangelio a los hombres de todos los pueblos.
 

Se necesitan apóstoles.

Para que la Iglesia siga siendo fiel a la acción del Espíritu Santo que la impulsa a predicar el Evangelio, se necesitan operarios, esto es, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos comprometidos con Cristo en la Iglesia. Que el fuego del Espíritu Santo prenda en los corazones de muchos y muchas jóvenes y que no tengan miedo a pronunciar un sí incondicional a Cristo en la Iglesia.
 

Invocación mariana.

Santa María del Cenáculo: enséñanos a abrir nuestros corazones para recibir el fuego del Espíritu Santo y ser fieles a nuestra vocación y misión como bautizados. Que el Espíritu Santo nos llene de sus dones.

 

SEGUNDA LECTURA 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13.

Necesitamos del Espíritu Santo.

Necesitamos de la presencia y acción del Espíritu Santo para avivar la fe . Nos dice el Apóstol S. Pablo: Nadie puede decir Jesús es el Señor sino es bajo la acción del Espíritu Santo. Nadie puede conocer, amar e imitar a Jesucristo sino ha recibido el Espíritu Santo. Nadie puede vivir cristianamente si no ha recibido el Espíritu Santo.

Igualmente, necesitamos del Espíritu Santo para mantener la unidad: hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
 

El Espíritu Santo, principio de unidad.

Formamos un sólo cuerpo en Cristo animados por el Espíritu Santo. Como el cuerpo tiene diversos miembros, así es también Cristo. Todos nosotros... hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un sólo Espíritu.

El Espíritu Santo es la fuente de nuestra unidad con Cristo en la diversidad de vocación, de misión y de servicio. Por lo tanto, hemos de abrirnos a la acción del Espíritu Santo si queremos ser fieles a nuestra vocación y realizar nuestra misión específica.
 


 

¿Qué nos pide el Espíritu Santo?

¿Qué hemos de hacer para actuar animados por un mismo Espíritu en la unidad del Cuerpo de Cristo? ¿Qué espera el Espíritu Santo de nosotros?

El Espíritu Santo nos pide que seamos santos y santas. Esto es, que vivamos en gracia. De esta manera, viviremos unidos a Cristo y seremos miembros sanos y vigorosos de su Cuerpo que es la Iglesia. Seremos apóstoles, capaces de construir la nueva civilización en la verdad y el amor.

Seamos santos, santas. El Espíritu Santo es nuestra fuerza, y la Eucaristía, Sacrificio, Comunión y Tabernáculo, el alimento para no desfallecer en el empeño.


Invocación mariana.

Virgen de Pentecostés: enséñanos a ser fieles al Espíritu Santo para ser santos, esto es, miembros vigorosos del Cuerpo de Cristo.

 

TERCERA LECTURA San Juan, 20, 19-23

Revelación del Espíritu Santo en Jesucristo.

El Espíritu Santo se revela plenamente en Jesucristo resucitado. Dice el Evangelio que Jesús se presentó en el Cenáculo, se puso en medio de ellos (los discípulos) diciendo: Paz a vosotros y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Comenta el Siervo de Dios, Juan Pablo II: Cristo trae el Espíritu santo en las heridas de sus manos, de sus pies, de su costado. Lo trae en su cuerpo que, ya glorificado, conserva los signos de la pasión y del sacrificio de la Cruz. El Cuerpo del Hijo de Dios fue concebido en un tiempo, en el seno de la Virgen por obra del Espíritu Santo. Ahora Cristo les trae el mismo Espíritu, para que por medio de Él, sea concebido el nuevo cuerpo de Cristo que es la Iglesia (Hom. Pentec.1989,1).
 

Cristo desborda su Espíritu.

Cristo desborda la plenitud del Espíritu Santo para hacer partícipes del mismo Espíritu a los Apóstoles, a la Iglesia: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

O sea, los Apóstoles son enviados por obra del Espíritu Santo para continuar la obra salvífica de Cristo. Los apóstoles reciben el poder del Espíritu de Cristo para perdonar o retener los pecados, para aplicar los frutos de la Redención de Cristo.

El día de Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre la totalidad de la Iglesia instituida por Cristo a la que ha ido dotando progresivamente de las estructuras necesarias para cumplir su misión.

Pentecostés es, también, una fuerte llamada para amar a la Iglesia de Cristo animada por el Espíritu Santo-Amor. Por eso, renovamos nuestra fidelidad a la Iglesia de Cristo desde la fidelidad a las exigencias de nuestro carisma específico.
 

Invocación mariana.

María es Madre de la Iglesia porque es Madre de Cristo por obra del Espíritu Santo. María es nuestra Madre espiritual. A Ella, Esposa del Espíritu Santo por su fidelidad, nos consagramos y le pedimos que nos enseñe a ser fieles a la presencia y acción del Espíritu Santo.

Oremos con María: Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones y enciende en ellos el fuego de tu amor.



 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.