MEDITACIÓN
EL SAGRADO CORAZÓN
DE JESÚS
Bendecimos al Señor.
Alabamos, bendecimos y damos gracias a Dios Padre que nos
revela las maravillas de su amor en el Corazón de Jesús: "Bendice, alma
mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía al
Señor, y no olvide sus beneficios" (Sa. 102,1-2. 3-4)
La fidelidad y la misericordia son las constantes del Amor de
Dios que se va revelando progresivamente hasta alcanzar su plenitud en
N. S. Jesucristo, en su Corazón ardiente.
El amor de Dios en el Antiguo Testamento.
Ya en el Antiguo Testamento (Cf. Dt. 7, 6-11), Dios conduce a
su pueblo hacia la patria prometida porque lo ama, a pesar de sus
infidelidades, con un amor más fuerte que el pecado: "Tu eres un pueblo
santo para el Señor tu Dios" porque "El te eligió" como "propiedad"
suya. El "Señor se enamoró de vosotros y os eligió... por puro amor
vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os
sacó de Egipto". El pueblo sabrá que el Señor es Dios: "El Dios fiel que
mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus
preceptos por mil generaciones".
El Amor de Dios en el Nuevo Testamento.
El amor progresivo de Dios alcanza su plenitud en el Corazón de
Cristo Redentor y en Él se expresa. “Dios es amor”. En esto se manifestó
el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único,
para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su
Hijo como propiciación por nuestros pecados... Y nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él, Dios es amor y
quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en Él" (1ª Jo. 4,
7-16).
El Corazón de Jesús es la revelación del el amor que Dios Padre
nos entrega en Jesucristo por obra del Espíritu Santo. El contenido
inmediato del culto al Corazón de Jesús es el amor que Cristo nos tiene.
Toda la obra redentora es obra de su Corazón que culmina en la Pasión,
Muerte y Resurrección.
Nosotros somos los destinatarios de la Redención. Por eso
estamos llamados a poseer el amor de Dios revelado en Cristo y a ser
poseídos por ese mismo amor. Para que esto sea realidad, Cristo nos dará
su Espíritu.
Dijo el Venerable Juan Pablo II en Paray-le-Monial (O.R.928,1986,8,3):
"¿Pero como vendrá el Espíritu al corazón de los hombres? ¿Cuál será la
transformación deseada por el Dios de Israel? Será la obra de
Jesucristo: el Hijo eterno que Dios no se ha reservado, sino que lo ha
entregado por todos nosotros para darnos toda gracia con Él, para
ofrecernos todo con El. Será la obra admirable de Jesús. Para que ella
sea revelada, es preciso esperar hasta el fin, hasta su muerte en la
cruz".
Cristo al morir, entrega su espíritu al Padre: "Jesús dando una
gran voz, dijo: Padre en tus manos entrego mi espíritu; y diciendo esto,
expiró" (Lc.23,46). Es entonces, cuando un soldado traspasa el costado
de Cristo con la lanza y al punto sale sangre y agua (Jo. 19,32-24). Es
la constatación de la muerte. Seguía diciendo el Venerable Juan Pablo II:
"Y en su muerte se revela a Sí mismo hasta el fin. El corazón traspasado
es su último testimonio. Juan, el Apóstol que está al pie de la Cruz, lo
ha comprendido; a través de los siglos, los discípulos de Cristo y los
maestros de la fe lo han comprendido. En el siglo XVII, una religiosa de
la Visitación recibió de nuevo este testimonio en Paray-le-Monial;
Margarita María lo transmite a toda la Iglesia en el umbral de los
tiempos modernos (ut s.).
"A través del Corazón de su Hijo traspasado en la cruz, el
Padre nos lo ha dado todo gratuitamente". La Iglesia recibe el Espíritu
Santo prometido, significado en el agua que brota del corazón
traspasado. Es el nuevo nacimiento "del agua y del Espíritu" anunciado a
Nicodemo (Jo. 3,5). "Las palabras del Profeta se cumplen: Os daré un
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo" (ut. s.). El
Corazón de Jesús ha culminado su obra. Portador del amor del Padre, nos
ha amado hasta el extremo, y nos hace depositarios de su amor.
El Padre nos ama en Jesucristo por obra del Espíritu Santo. El
Corazón de Jesús nos habla de la trayectoria del amor de Cristo "hasta
el extremo". Dios nos ama y nos hace depositarios de su amor para que lo
amemos y seamos portadores de amor. Para ello, hemos de abrirnos
totalmente al amor de Dios, vivir entregados a las exigencias de su
amor, para ser sus testigos ante el mundo. Esto sólo es posible si
vivimos dentro del Corazón de Cristo, consagrados a Él, y nos empapamos
de sus sentimientos.
Poseer los sentimientos del Corazón de Jesús, supone
identificarse con las exigencias de la Redención. Por eso, junto al
amor, aparece la vida de reparación como elemento, también esencial, del
culto al Corazón de Jesús. Lo pide el grito de los que todavía no
conocen a Cristo y el clamor de los que, llamados a ser amigos de
Cristo, viven en pecado. La Iglesia peregrina y el mundo necesitan de
reparación. La reparación es amar por los que no aman; y amar con mayor
intensidad por las veces que nosotros mismos hemos amado menos de lo que
debemos amar.
Necesitamos un corazón sencillo.
Necesitamos un corazón sencillo y humilde para profundizar en
el conocimiento y en la posesión del amor de Dios que nos ha sido dado
en el Corazón de Cristo. Ésta es la oración de Jesús en el Evangelio:"Te
doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente
sencilla" (Mt.11,25-30).
Por medio del Corazón de María.
Renovamos nuestra consagración al Corazón de Jesús en las manos
del Corazón de María. Que nuestra Madre sea la Medianera de una
consagración renovada, personal, familiar y comunitaria al Corazón de
Jesús.
Que nuestra Madre la Virgen sea la Maestra que modele nuestro
corazón al estilo del Corazón de Jesús y nos enseñe cómo avanzar en con
el ardor de los santos que la Iglesia y el mundo necesitan.
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