El Sagrado Corazón de Jesús

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.
 



 

MEDITACIÓN
 

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


 

Bendecimos al Señor.

         Alabamos, bendecimos y damos gracias a Dios Padre que nos revela las maravillas de su amor en el Corazón de Jesús: "Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía al Señor, y no olvide sus beneficios" (Sa. 102,1-2. 3-4)

         La fidelidad y la misericordia son las constantes del Amor de Dios que se va revelando progresivamente hasta alcanzar su plenitud en N. S. Jesucristo, en su Corazón ardiente.

 

El amor de Dios en el Antiguo Testamento.

         Ya en el Antiguo Testamento (Cf. Dt. 7, 6-11), Dios conduce a su pueblo hacia la patria prometida porque lo ama, a pesar de sus infidelidades, con un amor más fuerte que el pecado: "Tu eres un pueblo santo para el Señor tu Dios" porque "El te eligió" como "propiedad" suya. El "Señor se enamoró de vosotros y os eligió... por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto". El pueblo sabrá que el Señor es Dios: "El Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus preceptos por mil generaciones".

 

El Amor de Dios en el Nuevo Testamento.

         El amor progresivo de Dios alcanza su plenitud en el Corazón de Cristo Redentor y en Él se expresa. “Dios es amor”. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros peca­dos... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él, Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en Él" (1ª Jo. 4, 7-16).

         El Corazón de Jesús es la revelación del el amor que Dios Padre nos entrega en Jesucristo por obra del Espíritu Santo. El contenido inmediato del culto al Corazón de Jesús es el amor que Cristo nos tiene. Toda la obra redentora es obra de su Corazón que culmina en la Pasión, Muerte y Resurrección.

         Nosotros somos los destinatarios de la Redención. Por eso estamos llamados a poseer el amor de Dios revelado en Cristo y a ser poseídos por ese mismo amor. Para que esto sea realidad, Cristo nos dará su Espíritu.

         Dijo el Venerable Juan Pablo II en Paray-le-Monial (O.R.928,1986,8,3): "¿Pero como vendrá el Espíritu al corazón de los hombres? ¿Cuál será la transforma­ción deseada por el Dios de Israel?  Será la obra de Jesucristo: el Hijo eterno que Dios no se ha reservado, sino que lo ha entregado por todos nosotros para darnos toda gracia con Él, para ofrecernos todo con El. Será la obra admirable de Jesús. Para que ella sea revelada, es preciso esperar hasta el fin, hasta su muerte en la cruz".

         Cristo al morir, entrega su espíritu al Padre: "Jesús dando una gran voz, dijo: Padre en tus manos entrego mi espíritu; y diciendo esto, expiró" (Lc.23,46). Es entonces, cuando un soldado traspasa el costado de Cristo con la lanza y al punto sale sangre y agua (Jo. 19,32-24). Es la constatación de la muerte. Seguía diciendo el Venerable Juan Pablo II: "Y en su muerte se revela a Sí mismo hasta el fin. El corazón traspasado es su último testimonio. Juan, el Apóstol que está al pie de la Cruz, lo ha comprendido; a través de los siglos, los discípulos de Cristo y los maestros de la fe lo han comprendido. En el siglo XVII, una religiosa de la Visitación recibió de nuevo este testimonio en Paray-le-Monial; Margarita María lo transmite a toda la Iglesia en el umbral de los tiem­pos modernos (ut s.).

         "A través del Corazón de su Hijo traspasado en la cruz, el Padre nos lo ha dado todo gratuitamente". La Iglesia recibe el Espíritu Santo prometido, significado en el agua que brota del corazón traspasado. Es el nuevo nacimiento "del agua y del Espíritu" anunciado a Nicodemo  (Jo. 3,5). "Las palabras del Profe­ta se cumplen: Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo" (ut. s.). El Corazón de Jesús ha culminado su obra. Portador del amor del Padre, nos ha amado hasta el extremo, y nos hace depositarios de su amor.

         El Padre nos ama en Jesucristo por obra del Espíritu Santo. El Corazón de Jesús nos habla de la trayectoria del amor de Cristo "hasta el extremo". Dios nos ama y nos hace depositarios de su amor para que lo amemos y seamos portadores de amor. Para ello, hemos de abrirnos totalmente al amor de Dios, vivir entregados a las exigencias de su amor, para ser sus testigos ante el mundo. Esto sólo es posible si vivimos dentro del Corazón de Cristo, consagrados a Él,  y nos empapamos de sus sentimientos.

         Poseer los sentimientos del Corazón de Jesús, supone identificarse con las exigencias de la Redención. Por eso, junto al amor, aparece la vida de reparación como elemento, también esencial, del culto al Corazón de Jesús. Lo pide el grito de los que todavía no conocen a Cristo y el clamor de los que, llamados a ser amigos de Cristo, viven en pecado. La Iglesia peregrina y el mundo necesitan de reparación. La reparación es amar por los que no aman; y amar con mayor intensidad por las veces que nosotros mismos hemos amado menos de lo que debemos amar.
 

      

Necesitamos un corazón sencillo.

         Necesitamos un corazón sencillo y humilde para profundizar en el conocimiento y en la posesión del amor de Dios que nos ha sido dado en el Corazón de Cristo. Ésta es la oración de Jesús en el Evangelio:"Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla" (Mt.11,25-30).

        

Por medio del Corazón de María.

         Renovamos nuestra consagración al Corazón de Jesús en las manos del Corazón de María. Que nuestra Madre sea la Medianera de una consagración renovada, personal, familiar y comunitaria al Corazón de Jesús.

         Que nuestra Madre la Virgen sea la Maestra que modele nuestro corazón al estilo del Corazón de Jesús y nos enseñe cómo avanzar en con el ardor de los santos que la Iglesia y el mundo necesitan.


 



   


 

 
 


             Autor: Fr. Carlos Lledó López, O.P.