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MEDITACIÓN
AVE MARÍA
REZAMOS EL AVE MARÍA
Con María
"Dios te salve María, llena eres de gracia..." Nosotros, como hijos con
su Madre. Ella, como Madre con sus hijos. Nosotros: dando gracias a Dios
por las maravillas que ha realizado en su Madre. Ella, desbordando y
proclamando las maravillas de la gracia con sabor de Magnificat.
Por María
Nos dirigimos al Hijo por medio de la Madre, Medianera universal de
todas las gracias. Ella presenta nuestra oración a su Hijo e intercede
por nosotros. "Santa María, Madre de Dios...".
En María
Rezamos el Ave María, unidos a los sentimientos del corazón de la Virgen
Madre y recordamos agradecidos: la entrega del Redentor al Padre,
obediente hasta la muerte de cruz (Fil.2,8) y la entrega de la
Corredentora al Redentor como humilde esclava (Lc.1,38).
COMPOSICIÓN DEL AVE MARÍA (CEC.
2676-2679).
La salutación del Ángel (Lc.1, 28).
Abre la oración del Ave María: “Dios te salve María” Dios, por medio del
Ángel, saluda a María, que va a ser su Madre. Nosotros, con el Ángel,
saludamos a la Madre de Dios y Madre nuestra. Lo hacemos, unidos al
pensamiento y a la mirada de Dios sobre María, la humilde esclava del
Señor (Lc.1,48).
Nos alegramos con el gozo que Dios encuentra en María: "Yavé está en
medio de ti como poderoso Salvador; se goza en ti con alegría, te
renovará en su amor, exultará sobre ti con júbilo" (So.3,17).
"Llena de gracia, el Señor es contigo"(Lc.ut s.).
María es la llena de gracia porque el Señor está con Ella. Está Dios,
origen de toda gracia y santidad. Esta maravilla se realiza en atención
a los méritos de Cristo que la redime privilegiada y excepcionalmente.
Alégrate, Hija de Jerusalén porque el Señor está en medio de ti (So.3,
14. 17a).
María se convierte en el "Arca de la Alianza" porque es portadora de la
alianza definitiva entre Dios y los hombres: Cristo que sellará la
alianza definitiva con su sangre.
María es lugar donde reside la Gloria del Señor: "la morada de Dios
entre los hombres" (Ap.21, 3): catedral construida por el Espíritu
Santo, sagrario viviente, la mejor custodia.
María es la llena de gracia que se da al que viene a habitar en Ella y
al que Ella entrega el mundo.
“Bendita tú eres entre todas la mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús” (Lc.1,42).
Es el saludo de Isabel "llena del Espíritu Santo" (Lc.1,41) a la Virgen
María. Isabel es la primera en llamarla bienaventurada a través de
largas generaciones (Lc.1, 45. 48) hasta nosotros.
“Bendita entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de
la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios bendice a Abraham por
su fe y lo hace Padre de un gran pueblo. En el Nuevo Testamento, Dios
bendice a María por su fe y la hace Madre de los redimidos.
“Bendito el fruto de tu vientre” María es portadora del Redentor por
obra del Espíritu Santo. A su calor, se forma el Corazón de Cristo,
símbolo de la plenitud del amor. María es la primera en percibir los
latidos del Corazón de Cristo, en dejarse amar por Él, en amarlo sin
reservas, y en ser testigo de su amor.
“Santa Mª, Madre de Dios, ruega por nosotros”.
Postrados ante las maravillas de María que es la Madre de Dios y Madre
nuestra, acudimos a Ella como hijos a su Madre y le pedimos que cuide de
nosotros.
María ora por nosotros como oró por sí misma: "Hágase en mí según tu
palabra"(Lc.1,38). Con y como Ella, nos abandonamos a la voluntad de
Dios: "Hágase tu voluntad".
“Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte”.
Nos acogemos a nuestra Madre como hijos pecadores y débiles en la
voluntad para perseverar en el bien.
Le confiamos el presente, el hoy, "ahora" con sus dificultades. Le
confiamos la hora de nuestra muerte. Así como estuvo presente en la
muerte de su Hijo (Jo.19,27) le pedimos morir entre sus brazos para ser
entregados por Cristo al Padre. Le suplicamos nuestra salvación.
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